viernes, 9 de mayo de 2014

Presencia Morisca en el Río de la Plata: Baquiano, un enigma con historia

Fragmentos de una investigación llevada a cabo por la escritora argentina María Elvira Sagarzazu y publicada en la revista virtual Sharq al-Andalus, 18 (2003-2007), pp. 113-129.

Resumen: La voz baquiano, muy difundida en el Río de la Plata y también en Venezuela desde los inicios de la colonización hispánica, se halla construida sobre un étimo árabe y ha permanecido ausente del castellano de España. El presente trabajo relaciona la implantación y vigencia del término en los territorios coloniales a la presencia de moriscos a los que, si bien la legislación prohibía el ingreso, hay documentos que prueban su presencia, como así también razonables indicios de entradas clandestinas. Destacamos el origen y extensión del uso de baquiano en relación a su portador habitual en Argentina, que suele ser un gaucho en quien otras pautas de filiación hispanoárabe habían sido ya detectadas.

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Sostiene Corominas que baquiano procede de baqiya, voz que en árabe significa "el resto, lo que queda", y que con tal significado aparece usada en 1555 por Fernández de Oviedo (Historia general y natural de Indias). La obra había sido comenzada en 1534. Entre ambas fechas, Gutiérrez de Santa Clara también emplea baquiano en 1544. Juan de Guzmán da cuenta de ella en 1586, creyéndola propia de Santo Domingo. El Padre Acosta, en 1590, la anota como procedente de Cuba y Haití. El Inca Garcilaso dice que se usaba en las islas de Barlovento (J. Corominas y J. A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, vol. I, p. 493).

De lo anterior se desprende una primera conclusión, y es que el término empieza a difundirse en la región del Caribe, precisamente donde comenzara la colonización española. Otro dato a tener presente es que ni Corominas ni los demás autores citados lo consideran indígena, hecho que orienta nuestra atención hacia quienes pudieron haber introducido en América una palabra que no formaba parte del castellano empleado por la mayoría de los españoles en el siglo XVI.

Por otro lado, no pervivió esta voz en los territorios caribeños con el vigor que alcanzó -y que conserva- en Venezuela y en el Río de la Plata, por lo que intentaremos explicar qué factores pudieron haber contribuido a la difusión alcanzada en estas tierras.

De los colonizadores venidos de España, sabido es que el grupo más numeroso procedió de Andalucía, la región cuyo pasado nombre, Al Ándalus, fue el dado por los árabes a todo el territorio peninsular conquistado por ellos a partir de 711.

Tanto en Argentina como en Venezuela, se denomina baquianos a los conocedores del terreno en que realizan sus actividades. Son peones a quienes su propio modo de vida, rural, obliga a desplazarse de un lado a otro, arreando ganado, guiándolo hacia otras estancias, o conduciéndolo con cualquier otro objeto hacia destinos a veces muy alejados del sitio donde se asienta normalmente el rodeo.

Ahora bien, este sentido de conocedor práctico, de guía, que la voz conlleva, no guarda aparente relación con la raíz árabe que apunta al remanente de algo; ha de hollarse más fino para llegar al punto donde el significado del étimo árabe empalma con el de conocedor. Personalizando la idea de remanente y expresándola como los que quedan, se visualiza el recorrido de las nociones que contribuyeron a la génesis semántica de la voz, ya que es remanente hace referencia a una presencia humana sometida a la acción del tiempo como condición necesaria para adquirir experiencia del terreno. La palabra resume la conexión existente entre permanecer en un lugar y llegar a conocerlo, exactamente lo que convierte a un peón en baquiano.

El término refleja, pues, una realidad, cual era que, entre los colonizadores españoles que quedaban de la primera hora, se encontraban algunos que habían alcanzado un particular dominio del hábitat en que residían. De esto y de las fechas en que aparece el vocablo escrito, se infiere que los primeros baquianos fueron españoles -y aquí español no alude a origen étnico o cultural sino al hecho de venir de España-. Y ha de tratarse de un español afincado desde el principio de la conquista, de los que no regresó a la metrópoli, como lo hacían otros que, por curiosidad o necesidad momentánea, probaban suerte en América pero tras algún desengaño regresaban a su patria.

El hecho de que exista un ejemplar humano determinado a permanecer en las colonias cualquiera fueran las condiciones imperantes en ellas, dice lo suyo a propósito del carácter o la urgencia del candidato. Los mejor dispuestos a tolerar los inconvenientes de la vida en las colonias serían aquellos cuyo presente tampoco era fácil en España. Afirma Domínguez Ortiz que venir a América "para el europeo normal se presentaba como una empresa muy costosa y arriesgada, que sólo intentarían aventureros, perseguidos políticos y religiosos y otras categorías excepcionales".

La adversidad económica suele vencerse con alguna facilidad, basta dar con un nicho laboral, descubriendo las oportunidades rentables o exitosas de cada época. Las condiciones sociales adversas, sin embargo, pueden ser consecuencia de varios factores y no se superan fácilmente cuando no requieren, para ser superadas, cambios de actitud que a menudo afectan a más de un aspecto de la existencia, tal como les ocurre a los desplazados sociales por el motivo que sea.
Son conocidas las condiciones en que quedó la comunidad musulmana española a partir de 1502 y del edicto restrictivo de 1526 dictado contra ella por Carlos V. En la España de aquel siglo y el siguiente, los moriscos resultaron la minoría más perjudicada a medida que iba haciéndose efectivo el cumplimiento de las medidas que ponían fin al estatuto jurídico que había regulado la vida de sus antepasados, garantizándoles la práctica del Islam y demás tradiciones comunitarias.

La cancelación jurídica de la comunidad musulmana no significó la desaparición total de sus miembros sino su conversión, exilio o emigración hacia otros territorios. La huida tuvo como destinos preferidos -de quienes se mantuvieron en su fe tradicional- al Norte de África y algunos puntos de la Turquía otomana. Poco se ha investigado, en cambio, el éxodo por goteo de los otros moriscos mejor cristianizados, que regresaron a España un tiempo después de su expulsión y casi nada se sabe de los que vinieron a América no por motivos religiosos sino para superar el estigma social de descender de prohibidos.

De lo anterior podría concluirse superficialmente que acaso hubiera muy pocos moriscos en el Nuevo Mundo, si no fuera porque más de dos décadas de relevamientos sistemáticos de la presencia morisca en Sudamérica permiten afirmar lo contrario, pero debe explicarse qué hizo posible la invisibilidad del morisco en el nuevo mundo. Vamos a enumerar por lo menos cuatro aspectos que han contribuido a enmascarar la presencia morisca en el medio hispanoamericano. Son ellos: 1) la inmigración ilegal, muy frecuente, 2) la pobreza de informes y procesos a moriscos incoados por la Inquisición novomundana, 3) el escaso número de criptomusulmanes entre los moriscos que llegaron, y 4) la falta de idoneidad de quienes debían detectar las herejías, entre las que figuraba el criptoislamismo.

La sociedad americana, a diferencia de la peninsular, creció sin que llegara a la mayoría un perfil nítido del morisco; nunca se aclaró en estas latitudes que un sector de la sociedad española había sido musulmán; posiblemente fue algo más conocido el caso de los judíos. De todas maneras, no es razonable conjeturar que las autoridades coloniales fueran a dar explicaciones a propósito de la minoría morisca y su situación contemporánea, lo que significó un silencio total a propósito de los moriscos en el medio americano. La Iglesia era la encargada de trabajar por la unidad confesional de todos los súbditos de la Corona española, y la Inquisición de encausarlos si había dudas, quejas o delaciones sobre la conducta de los pobladores, pero la realidad morisca, el pasado que unos y otros querían dejar atrás, no tuvo por qué constituir una cuestión preocupante para ninguna de las partes involucradas en una disputa que jamás fue sino residual en América.

Esta indiferencia frente al problema morisco en el Nuevo Mundo no debe interpretarse como resultado de una ausencia total de descendientes de aquella comunidad. Tampoco como que la sociedad colonial hubiera cambiado de código al extremo de equiparar socialmente a cristianos viejos y conversos. El comportamiento menos persecutorio de las autoridades en América hacia los descendientes de moros se entiende como parte de un expreso mandato de la Corona, y por el ajuste a las nuevas condiciones de vida que los venidos de España, en su conjunto, debían enfrentar en el Nuevo Mundo. Frente a las costumbres completamente desconocidas que volcaban la vertiente indígena -y también los negros- en la sociedad colonial, los conversos eran apenas otro modo de ser hispánico que hacían que las diferencias entre ellos y los cristianos perdieran volumen y prioridad. Este nuevo diseño social, donde los conversos dejaban de ser el grupo hostil, sería un importante paso hacia la confusión de raíces que impediría en adelante a los criollos descendientes de moriscos comprender o recordar su origen. Claro que, en el caso de que individualmente hubieran llegado a recuperar la memoria de su origen, tampoco podían publicarlo, pues descender de conversos (es decir, de moriscos) no solo informaba sino que, al estar prohibida su residencia en las Indias, era dato que incriminaba instantáneamente.

Desde la perspectiva del morisco, la imposibilidad de revelar el origen en el Nuevo Mundo hizo que sus propios hijos ignoraran los vínculos que los unían a sus antepasados en España, con lo que pasaría al olvido todas la historia de la adscripción al Islam y su posterior ilegalización. Pero, desde la perspectiva cristianovieja, si bien en América la inquina contra los conversos no alcanza la gravedad que suele tener en España, sí se trasladó la conciencia de quién es quién, motivo por el que el patriciado mantuvo distancia frente a los conversos.

Otro aspecto negativo del quién es quién quedaría reflejado en que, al momento de cuajar la separación de clases, los miembros de la clase baja hispánica quedarían difusamente asociados a una condición moral dudosa. Es esa sospecha la que el padre Furlong quiere desactivar, dignificando a quienes, sin embargo, las propias autoridades seguían viendo como próximos al delito por su propio origen, y sin que la ilicitud en cuestión fuera resultado de otra cosa que de la adscripción a una comunidad marginalizada por motivos religiosos y políticos.

El término cafre resume localmente lo que podría reflejar el origen de la base popular argentina. ¿Qué es un cafre sino un cualquiera, de baja cuna? Pero lo que cafre encierra en su étimo árabe es el motivo por el que la cuna no es buena: cafre es un infiel. Cafre en su raíz conserva la memoria islámica de desvalorizar al otro por no ser de la misma fe. Desde el punto de vista del descendiente de moriscos, cafre sería el indio, pero para las autoridades, cafres eran los españoles de la otra vereda, los ex infieles. ¿Y quiénes fueron los últimos sospechados de infidelidad en la España que ya había expulsado a los judíos? Los moriscos y sus descendientes.

El sentido de la coyuntura es fundamental para comprender los caminos seguidos por los moriscos cuando se les cancela la posibilidad de ser miembros de su colectivo, que hace que la comunidad originaria deje de servirles de referente y refugio.

La deslegitimación del colectivo trajo como consecuencia sumir a los moriscos en una dudosa condición que les permitía continuar siendo españoles al tiempo que les exigía dejar de ser musulmanes. En esto último, sin embargo, descansaba la identidad de un morisco, de modo que el haber recibido el bautismo, sin desearlo, nunca pudo convertirlo en el cristiano que exteriormente debía ser.

El morisco cristianizado no pudo menos que ser un individuo desdoblado, uno por dentro, otro por fuera. Ahora bien, ¿no es esta condición, de reunir en uno mismo, un ser y un parecer que no conjugan, la que obliga a conductas ladinas? Por ese camino, ladino llega a ser un verdadero sambenito social que resume en el Río de la Plata la conducta de aquél en quien no se debe confiar, porque no es lo que parece.

La tacha social que suponía llevar sangre prohibida bien pudo dejar en sus descendientes conversos características que la mayoría se los españoles de origen cristiano acabaron resumiendo en el infamante ladino que cumple en América la función denigradora que el origen ya no puede hacerlo porque se había perdido rastro de él, o mejor dicho, memoria de él. Si un capitán no sabe a quién transporta en su navío, si el registro de pasajeros a Indias omite nombres, ¿quién podría señalar con certeza a un morisco en las colonias? (...una circunstancia capaz de facilitar el paso de moriscos a las colonias de América se infiere de la siguiente práctica: "las naves destinadas al Brasil y al Río de la Plata paraban en Canarias". Estas islas habían quedado como la única porción del territorio español de la que los moriscos no fueron expulsados. Sólo los avisados sabían que venir de las islas Canarias e ingresar indocumentado era casi sinónimo de converso).

Pero frente a este anonimato étnico, en la Argentina ha sido una constante atribuir, por un lado, un origen humilde, cuando no rayano en la marginalidad, a la primitiva población de origen hispánico, y a la vez, destacar la nobleza y dignidad del criollo nacido de esa misma gente. Aunque un pasado libre de tachas pudo figurar entre las preocupaciones de los individuos comprometidos con el proceso independentista, no hubo aquí fuerte hincapié en la limpieza de la sangre, como se encargaría de reflejar, ya en plena madurez republicana, el dicho popular "todos venimos... de los barcos". Sobre este interrogante como telón de fondo, proyectaría ocasionalmente su sombra la idea subyacente de un origen dudoso.

Toda esta cuestión, a nuestro juicio, es resultado de la supervivencia del marco ideológico de la propias autoridades coloniales españolas, que procedían o estaban aliadas al sector que detentaba el poder, los cristianos viejos. Estos funcionarios no podían ver con buenos ojos la presencia de esos otros españoles que emigraban de España. Tampoco podían identificarlos con certeza puesto que llegaban con nombres cristianos y luego de cumplir con los requisitos de limpieza de sangre, algo que no debe confundirse con no llevar efectivamente sangre prohibida, pues también estos certificados se falsificaban.

En América, los desposeídos de vieja data, los peones la gente sin propiedades -sin bienes ni raíces valga el juego de palabras- constituye la cantera donde hallar a los descendientes de moriscos, toda vez que el rechazo religioso asume, en las colonias, la forma de desposeimiento material y la ausencia de pasado. Y esas mismas condiciones reiteradas a lo largo de siglos acabarían construyendo la mentalidad propia de un grupo particular, compuesto por peones, gauchos y trabajadores rurales, gente de escasos recursos y excluidos casi siempre de las posibilidades de ascenso social. Dentro de este grupo se encuentra el baquiano.

El baquiano desempeña tareas aprendidas de manera práctica; un refrán local dice "para hacerse baquiano hay que perderse alguna vez".

A medida de que fueron ingresando las camadas de nuevos colonizadores, encontraron a otros que les habían precedido, bien afincados pero sin más capital que el conocimiento de la tierra, conocimiento que el baquiano no podía utilizar en beneficio propio, pues nunca fue -ni es- terrateniente. Son los terratenientes los que comenzarán a emplear a los baquianos como peones.

Cabe preguntarse por qué el baquiano no es dueño de la tierra que conoce mejor que su patrón. En la respuesta intervienen las disposiciones de la legislación colonial. El reparto de la tierra conquistada era resorte de la autoridad colonial, del gobierno, fundamentalmente en manos de los cristianos viejos. Era adjudicada en forma gratuita como pago de servicios y favores a la Corona, motivo por el que iba a parar a manos de gente de cierta alcurnia. El baquiano, por el contrario, fue siempre un sujeto sin contactos en el funcionariado, ajeno al mundo oficial y a los estamentos superiores de la sociedad colonial. Era, sigue siendo, un hombre de campo alejado de las autoridades y quizá poco afecto a ellas en el pasado, cuando se sentía más seguro viviendo perdido en una estancia que en la ciudad, "símbolo del dominio hispano y del triunfo del Cristianismo" y donde podía ser observado por sus vecinos de otras costumbres, o llamar la atención de allegados a la Iglesia, la Curia o a la Inquisición.

El perfil económico y social del baquiano era el de un desheredado, circunstancia que comparte con el morisco peninsular. El parentesco se refuerza al destacar que, en los territorios rioplatenses, este ejemplar social conserva la tradición semita de no consumir carne porcina. El rechazo al cerdo quedaría como la señal de adscripción al Islam por antonomasia, y a ella se apegaron con firmeza los moriscos. De modo que la existencia de igual práctica en suelo americano no puede adjudicarse a los cristianos viejos, sino a los moriscos.

El empleo de una raíz árabe podría indicar que, entre quienes componían la peonada colonial, fueran o no baquianos, abundaba gente con un léxico particular, diferenciado del de sus primeros patrones godos y todavía en condiciones de crear algún término sobre étimos no siempre de origen latino. Porque pasa lo mismo con argelar, una voz desconocida en España que significa fastidiar y procede del árabe ar-riyl, el pie, por extensión también una enfermedad del vaso de los caballos que los pone molestos.

Lo que estamos sugiriendo es que los introductores de baquiano podrían haber sido peninsulares que no hubiesen perdido totalmente el contacto con su primitiva lengua, aunque hiciera variable tiempo que la hubiesen abandonado, según vinieran de Castilla, de Aragón, de Valencia, o de Magacela.

Pero, sobre todo en lo tocante a la lengua, el arraigo afectivo a ella cuenta, y es lo que hace que sus hablantes conserven giros o voces sueltas por mucho tiempo aunque ya no se comuniquen a diario en ella. Es lo que ha sucedido con el castellano de los descendientes de moriscos radicados en Túnez, quienes con el afán de conservar una identidad cultural distinta de la local, recurrieron al empleo esporádico de voces hispánicas cuando el español ya no era de uso cotidiano. El mismo tipo de fenómeno, pero al revés -empleo de voces árabes en el castellano- podría explicar la presencia de esos arabismos en suelo sudamericano, arabismos que aparecen relacionados a las ocupaciones por excelencia de los moriscos en América, tareas rurales, especialmente de arriería, medio en que perviven por igual argelado y baquiano.

Merece atención otro aspecto de baquiano, la confusión ortográfica que a menudo suscita incluso entre personas ilustradas, porque cuando esto sucede, es señal de desorientación lingüística. No es raro verlo escrito vaqueano, por asociación con vacuno, tipo de ganado que conforma el grueso de la ganadería argentina.

La ganadería en Argentina sigue tradicionalmente en la cría de bovinos y, en menor medida, de ganado lanar. En ese esquema no es secundario señalar que el gaucho, mano de obra por excelencia en ese medio, rehúye la cría del cerdo: sencillamente no lo hace. Este animal que consumían los cristianos viejos, se conservó allá donde los cuidadores, los peones, tenían origen indígena, como sucede en la zona andina, pero desaparece en las grandes estancias donde el trabajo queda a cargo de criollos de origen peninsular. Así ocurrió en la cuenca cisplatina, desde Río Grande do Sul hasta el sur pampeano. Y así desapareció prácticamente el cerdo de la mesa argentina, al punto de perderse a nivel popular el tocino. Esa preparación vuelve al léxico argentino -más que a la gastronomía- con los inmigrantes italianos del siglo XIX, como lo refleja la denominación vigente: el italianismo panceta.

Los criollos de las colonias no tuvieron conciencia de haram, porque tampoco serían musulmanes, sino más bien descendientes de conversos, según denotan estos rasgos que apuntan a una arabidad que sobrevive a una desislamización del acervo moro. Pero la contaminación de vaca sufrido por baquiano acaba añadiendo una última connotación indirectamente relacionada con el tabú islámico.

A manera de conclusión y como señala Bernabé Pons: "Empieza a ser un lugar clásico en la historiografía referida a los moriscos el hacer notar que existe una enorme diferencia entre la atención prestada a éstos mientras permanecieron en el territorio peninsular y la que han merecido una vez que abandonan España". Cabe agregar que esta merma de atención, sin embrago, todavía hace referencia a los estudios realizados sobre los moriscos radicados en el Magreb y Turquía, y es una situación privilegiada si la comparamos con lo que ocurre con los vestigios moriscos en América, donde la tarea pendiente es grande, sin conseguir la debida atención académica ni una apropiada cobertura institucional.

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