domingo, 18 de mayo de 2014

Acerca de la licitud del canto y la música según el Fiqh del Islam

El gran jurista andalusí Ibn Hazm de Córdoba refuta a aquellos que afirman la ilicitud de la música instrumental.

En el nombre de Allah, Clemente y Misericordioso.

Allah bendiga y salve a nuestro señor Muhammad, a su Familia y a sus Compañeros.

Dice Abû Muhammad Ibn Hazm: Alabado sea Allah, Señor de los mundos. La recompensa será para los hombres piadosos. No habrá dureza más que para los injustos. Allah bendiga a Muhammad, sello de los Profetas.

Y después:

Allah te asista, y también a mí, con Su favor, y nos ayude con Su gracia para reconocer Sus verdades. Tú deseas que te explique si el canto con música instrumental es lícito o ilícito, puesto que nos han llegado algunas tradiciones (ahâdîz) que lo prohíben y otras que lo permiten. Voy a exponer las tradiciones que lo prohíben y señalaré los defectos de que adolecen (‘ilal), y luego registraré las tradiciones que lo permiten y demostraré su autenticidad, si Allah quiere, pues Allah es el que ayuda a encontrar la verdad.

Las tradiciones que lo prohíben son éstas:

1. La que transmitió Sa’id ibn Abí Razin, tomada de su herma no; quien la recibió de Layz ibn Abi Salim, y éste de ‘Abd ar-Rahmân ibn Sábit, y éste de ‘Aisha Madre de los creyentes, y ésta del Profeta - sobre él sea la paz -, quien dijo: Allah ha prohibido las cantoras, ha prohibido venderlas, pagarlas, enseñarles el canto y escucharlas.

2. Transmitió Láhiq ibn Husayn ibn ‘Umar, que Ibn Abû-l-Ward al-Maqdisi refirió lo siguiente: Nos contó Abú-l-Murayyá Dirár ibn Ali ibn ‘Umayr, el qádi al-Yayláni, quien lo tomó de Ahmad ibn Said, y éste de Muhammad ibn Kutayyir al-Himsi, y éste de Faray ibn Faddála, y éste de Yahyá ibn Sa’id; y éste de Muhammad ibn al-Hana Fiyya, y éste de ‘Ali ibn Abi Tálib, lo siguiente: Dijo el Mensajero de Allah: Cuando mi nación practique quince cosas que acarrean la ruina, es decir: cuando sea el dinero todopoderoso; y la lealtad perseguida; y el diezmo forzado; y el hombre se humille a su esposa, y desobedezca a su madre y maltrate a su padre; y se alcen las voces en las mezquitas; y el príncipe del pueblo sea el mayor malvado; y se honre a un hombre por temor al daño que pueda hacer; y se vistan de seda; y se utilicen cantoras e instrumentos musicales; y cuando el último de esta nación maldiga al primero de ella: entonces serán castigados con un viento rojo, transformados en monstruos y aniquilados.

3. Transmitió Abú ‘Ubayda ibn Fudayl ibn ‘Iyád, tomándolo de Abú Said, mawlá de los Banú Hásirn, llamado ‘Abd al-Rahmán ibn ‘Abd Alláh, quien lo recibió de ‘Abd al-Rahmán ibn al-Alá, y éste de Muhammad ibn al-Muháyir, y éste de Kaysán, mawlá de Muáwiya, y éste de Muáwiya, que el Mensajero de Allah - Allah lo bendiga y salve - prohibió nueve cosas, entre ellas el canto (al-giná), el llanto de plañideras, la reproducción de figuras, la poesía, el oro, las pieles de animales, la seda gruesa y la seda fina.

4. Transmitió Salám ibn Miskin, tomándolo de un shaykh que conoció a Ibn Masúd, lo siguiente: El canto (al-giná) engendra descreimiento hipócrita (nifáq) en el corazón.

5. Transmitió ‘Abd al-Malik ibn Habib, tomándolo de ‘Abd al ‘Aziz al-Andalusi, quien lo había recibido de Ismáil ibn Ayas, y éste de Ali ibn Zayd, y éste de al-Qásim, y éste de Abú Umámá, que había oído al Mensajero de Allah decir lo siguiente: No es lícito instruir a las cantoras, ni venderlas, ni comprarlas, ni utilizarlas, pues el lucrarse con ellas es cosa prohibida. Allah reveló esto en Su Libro cuando dice: «Entre los hombres, hay algunos que, faltos de conocimiento, compran relatos de recreo para extraviar a otros del camino de Allah» (Qur’an, 31:5). Y por Aquél en cuyas manos está mi alma, siempre que un hombre levanta su voz con el canto, le acometen dos demonios que con sus pies le golpean pecho y espalda hasta que se calla.

6. También según ‘Abd al-Malik ibn Habib, quien lo había tomado de al-Uwaysi, y éste de ‘Abd Alláh ibn ‘Umar ibn Hafs ibn ‘Asim, el Mensajero de Allah había dicho: Ciertamente el oído del cantor está en la mano de un demonio, que le hace temblar, hasta que se calla.

7. También según ‘Abd al-Malik ibn Habib, quien lo tomó de Ibn Muin, y éste de Músá ibn Ayan, y éste de al-Qásim, y éste de Abú Umáma, el Mensajero de Allah había dicho: Ciertamente Allah prohibió instruir a las cantoras, comprarlas, venderlas y comer con el producto de su precio.

8. Bujári registra lo siguiente: Refiere Hisám ibn ‘Ammár, quien lo tomó de Sadaqa ibn Jálid, y éste de ‘Abd al-Rahmán ibn Yazid ibn Yábir, y éste de ‘Atiyya ibn Qays al-Kilábi, y éste de ‘Abd al-Rahmán ibn Gánim al-Ashari, y éste de Abú ‘Amir o Abú Málik al-Ashari, quien había oído al Profeta - sobre él sea la paz - decir lo siguiente: Ciertamente, en mi nación, existirán algunas gentes que considerarán lícito el uso de la seda gruesa, la seda fina, el vino y los instrumentos musicales.

9. Transmitió Ibn Sufyán, quien lo recibió de Ibráhim ibn ‘Utmán ibn Said, y éste de Ahmad ibn al-Gamr ibn Abi Hammád, en Emesa, y de Yazid ibn ‘Abd al-Samad, y estos dos de ‘Ubayd ibn Hishám al-Halabi, apellidado Abú Nu'aym, y éste de ‘Abd Alláh ibn al-Mu bárak, y éste de Málik, y éste de Muhammad ibn al-Munkadar, y éste de Anas, que el Mensajero de Allah había dicho: Aquél que escuche a una cantora (qayna), sepa que, el día del juicio, se derramará plomo derretido en sus oídos.

10. También según Ibn Shabán, que lo tomó de su tío, y éste de Abú ‘Abd Alláh al-Dawri, y éste de ‘Ubayd Alláh al-Qawáriri, y éste de ‘Imrán ibn ‘Ubayd, y éste de ‘Atá ibn al-Sáib, y éste de Said ibn Yubayr, y éste de Ibn ‘Abbás, quien comentando las palabras de Allah -glorificado y ensalzado sea-: «Entre los hombres, hay algunos que compran relatos de recreo para extraviar a otros del camino de Allah», había dicho: Se trata del canto (al-giná) .

11. Transmitió Abú Bakr ibn Abi Sayba, tomándolo de Zayd ibn al-Habbáb, y éste de Muáwiya ibn Sálih, y éste de Hátim ibn Hurayz, y éste de Málik ibn Abi Maryam, quien dijo: Vino a vernos ‘Abd al Rahmán ibn Gánim y nos refirió que les había contado Abú Málik al-Mari que había oído al Profeta -sobre él sea la paz- decir lo siguiente: Gentes hay en mi nación que beben vino dándole otro nombre, que tocan instrumentos musicales sobre sus cabezas, y utilizan cantoras (al-qaynát), y por los cuales Allah arrasará la tierra.

12. También transmitió que Allah -ensalzado sea- ha prohibido dos voces malditas: la voz de la plañidera y la voz de la cantora (muganniya).

En todo esto no hay nada de verdad, pues son relatos apócrifos: Por lo que se refiere a la tradición de ‘Aisha -Allah esté satisfecho de ella- n° 1, la transmite Said ibn Razin, que la tomó de su hermano, y nadie sabe quién ha sido ninguno de los dos.

En la tradición de ‘Ali -Allah esté satisfecho de él- n° 2, todos los transmisores citados hasta Yahyá ibn Said no se sabe quiénes han sido. En cuanto a Yahyá ibn Sa’id, no transmitió ni una palabra de Muhammad ibn al-Hanafiyya, pues no le alcanzó.

En la tradición de Ibn Masúd -Allah esté satisfecho de él- n° 4, se alude a un Shaykh que no se nombra y al que nadie conoce. En la tradición de Muáwiya, n° 3, se cita a un Kaysán que no se sabe quién es, y a Muhammad ibn Muháyir que es dudoso (daif). En ella se prohíbe también la poesía, la cual era cosa permitida.

Las tradiciones de ‘Abd al-Malik ibn Habib n° 5, 6 y 7, todas ellas son falsas (hâlika). En la de Abû Umáma, n° 5, se cita a Ismáil ibn Ayash, que es dudoso (daif), y a al-Qásim citado también en la n° 7 a quien le ocurre lo mismo.

La tradición aducida de al-Bujári, n° 8, no la registra este autor con el isnâd reglamentario, pues se limita a decir: «Refiere Hishám ibn ‘Ammár...» y luego sigue hasta Abû ‘Amir o hasta Abû Málik, y no se sabe quién es este Abû ‘Amir.
Las tradiciones de Ibn Shabán, n° 9 y 10, son falsas (hâlika): la de Anas, n° 9, es recusable (baliyya) porque se transmite por desconocidos, y no fue nunca transmitida por los discípulos fidedignos de Málik. La segunda tradición, se registra como procedente de Makhúl quien la había recibido de ‘Aisha, cuando aquél jamás alcanzó ni conoció a ésta; por otra parte, existen en él transmisores desconocidos como Hâshim ibn Násih y ‘Umar ibn Músá; además, está truncado.  La tercera, n° 10, viene tomada de Abú ‘Abd Alláh al-Dawri, que no se sabe quién es.

En la tradición de Ibn Abi Shayba, n° 11, aparecen Muáwiya ibn Sálih, que es dudoso (daif), y Málik ibn Abi Maryam que no se sabe quién es.

En cuanto a la prohibición de las dos voces, n° 12, no se sabe quién la ha transmitido.

Así, cae absolutamente todo lo que afecta a este capítulo.

Por lo que toca a la explicación dada a las palabras de Allah -ensalzado sea- nº 10: “Hay algunos hombres que compran relatos de recreo...”, diciendo que aquí se trata del canto (al-giná), tal interpretación no procede del Mensajero de Allah, ni se atestigua en ninguno de sus Compañeros; únicamente es la opinión de un comentarista que no aporta ninguna prueba documental a su criterio, y lo que así se dice no es aceptable. Pero, aunque fuera cierto, no habría que entender que alude sólo al canto, pues Allah -ensalzado sea- sigue diciendo: “... para extraviar a otros del camino de Allah”; y todo lo que puede provocar este extravío es una ofensa y un delito, aunque se trate de la compra de un libro sagrado o de la enseñanza del Al-Qur’ân. En Allah está el remedio.

Pero no hay nada de cierto en ello, pues Allah -ensalzado sea- ha dicho: «Ya se os ha explicado con detalle lo que se os ha prohibido» Qur’án, 6: 119. También ha dicho -ensalzado sea-: «Él es quien creó para vosotros todo lo que existe en la tierra» (2:27). Y el Mensajero de Allah, en la línea de Sad ibn Waqqás, línea sólida, ha dicho: «La mayor parte de los musulmanes que cometen negligencias, son los que preguntan por algo que no está prohibido y queda prohibido por causa de su pregunta».

Queda claro, pues, que todo lo que Allah -ensalzado sea- nos prohibió, nos lo ha explicado con detalle, y que aquello cuya prohibición no nos consta detalladamente, está permitido.

Muslim ibn al-Haÿÿâÿ registra la siguiente tradición tomada de Harún ibn Said al- Ayli, quien la recibió de ‘Abd Alláh ibn Wahh, y éste de ‘Amr ibn al-Háriz, y éste de Ibn Shiháb y éste de ‘Urwah az- Zubayr, y éste de ‘Aisha, Madre de los Creyentes, según la cual, Abû Bakr entró a verla en los días de Miná, cuando con ella estaban dos esclavas cantando y tañendo, mientras el Mensajero de Allah estaba arrebozado en su manto; Abû Bakr quiso arrojar de allí a las esclavas, pero el Mensajero de Allah se destapó y dijo: ¡Déjalas, Abú Bakr, que son días de fiesta!

También registra Muslim, procedente de ‘Amr ibn al-Háriz, quien lo tomó de Muhammad ibn ‘Abd ar-Rahmán, y éste de ‘Urwa, y éste de ‘Aisha, que ésta refirió lo siguiente: Entró el Mensajero de Allah, cuando dos esclavas estaban cantando una canción excitante, y se acostó en el lecho volviendo la cara; entonces entró Abú Bakr, quien me reprendió, diciendo: ¡El canto de Satán en la casa del Mensajero de Allah! - Pero éste se volvió a él y le dijo: ¡Déjalas!

Si se dice que Abú Usáma transmitió esta tradición tomándola de Hishám ibn ‘Urwa, que éste había tomado de su padre y en la que dice: «No eran cantoras», se puede replicar que ‘Aisha dice que «cantaban» (tuganniyáni), con cuya palabra se documenta el «canto» (al -giná) de ellas, aunque no fueran propiamente «cantoras», es decir, «expertas» en el canto; y el Mensajero de Allah, al oír decir a Abû Bakr: «El canto de Satán», desaprobó sus palabras, pero no desaprobó el canto de las dos esclavas. Esta es la prueba que nadie ha contradicho y que siempre se ha considerado auténtica.

Transmitió Abú Dáwúd al-Siÿistáni, tomándolo de Ahmad ibn ‘Ubayd al-‘Adáni, quien lo había recibido de al-Walid ibn Muslim, y éste de Said ibn ‘Abd al-‘Aziz, y éste de Sulaymán ibn Mûsá, y éste de Náfî’, quien refirió lo siguiente: Oyó Ibn ‘Umar una flauta y puso sus dedos sobre sus oídos, apartándose del camino, y luego dijo: Nafî’, ¿oyes algo? - Contestó éste: No. - Entonces levantó sus dedos y dijo: Estuve con el Mensajero de Allah y oyó algo igual a esto, y obró de forma igual a ésta. Si hubiera sido una negligencia, el Mensajero de Allah no hubiera permitido a Ibn ‘Umar escucharlo, e Ibn ‘Umar tampoco hubiera permitido a Náfi’ escucharlo. Sin embargo -sobre él sea la paz- repugnaba para sí todo lo que no fuera acercarse a Allah, como repugnaba el recostarse para comer, el enjugarse con su ropa después de lavarse y de perfumarse, el poner cortinas de brocado sobre la puerta de ‘Aisha o sobre la puerta de Fátima -Allah esté satisfecho de ellas-, y como repugnaba en extremo -sobre él sea la paz- que en su casa hubiera un dinar o un dirham. Únicamente su misión -sobre él sea la paz- fue prohibir lo reprobable y ordenar el bien. Si aquello hubiera sido una negligencia, no se hubiera limitado -sobre él sea la paz- a taparse los oídos, sin ordenar que se suprimiese, prohibiéndolo. Pero no hizo -sobre él sea la paz- nada de eso, sino que lo dejó seguir y él se alejó. Está claro, pues, que es cosa lícita, aunque el abstenerse sea más meritorio, como ocurre con las demás cosas superfluas pero lícitas del mundo, sin ninguna diferencia.

Transmitió Muslim ibn al-Haÿÿâÿ, tomándolo de Zuhayr ibn Harb, quien lo había recibido de Yarir ibn Hishâm ibn ‘Urwa, y éste de su padre, y éste de ‘Áisha, la cual refirió lo siguiente: Un grupo de abisinios comenzaron a danzar en la mezquita, un día de fiesta; el Mensajero de Allah me llamó, puse mi cabeza sobre su hombro, y comencé a mirar a sus juegos de danza, hasta que fui yo la que tuve que retirarme con él cesando de mirarlos.

Transmitieron Sufyán az-Zawri y Shuba, tomándolo ambos de Abû Isháq al-Sabii, y éste de ‘Amir ibn Sad al-Baÿali, quien refirió lo siguiente: Abû Masûd al-Badri, Qurza ibn Kab y Zábit ibn Çayd, estaban en al-‘Aris, y entre ellos sonaba el canto (giná). Yo les dije: ¿Cómo es esto, siendo vosotros Compañeros del Enviado de Allah? -Y contestaron: Ciertamente se nos ha permitido el canto (al-giná) en las bodas y el llanto sin plañideras sobre los muertos.- Únicamente difieren en que Shuba trae “Zábit ibn Wadia” en lugar de “Zábit ibn Çayd”, y no menciona a «Abú Masûd».

Transmitió Hishâm ibn Çayd, tomándolo de Hassán, y éste de Muhammad ibn Sirin, quien refirió lo siguiente: Un hombre vino a Medina por esclavas, y se alojó en casa de Ibn ‘Umar, pues había entre ellos quien tenía una esclava que tocaba instrumentos musicales. Llegó un hombre con él que estuvo regateando el precio, sin llegar a un acuerdo, y entonces dijo Ibn ‘Umar: «Vámonos a ver otro hombre que será más propicio que éste en la venta». Fueron a ‘Abd Allah ibn Yafar, quien les mostró las esclavas, y ordenó a una de ellas: «¡Empieza la música!».  Ella comenzó a hacerlo hasta que Ibn ‘Umar sospechó que aquello iba dirigido a él, y dijo: «¡Basta ya! ¡Todo el día con el canto de Satán!».  Y se concertó la venta. Luego volvió aquel hombre a Ibn ‘Umar y le dijo: «¡Oh Abû ‘Abd ar-Rahman! He sido estafado en novecientas dirhams».  Entonces vino Ibn ‘Umar con aquel hombre al vendedor, y le dijo: «Este ha sido estafado en novecientos dirhams, de modo que, o se los das o se devuelve la compra». Y contestó: «Bien; se los daré».  Así pues, ‘Abd Alláh ibn Yafar y ‘Abd Alláh ibn ‘Umar -Allah esté satisfecho de ellos- escucharon el canto con laúd; aunque Ibn ‘Umar repugnaba las cosas que no eran serias, no prohibió el canto, e incluso intervino en la compra de una cantora (muganniya), como ves; si hubiera sido ilícito, no lo habría permitido, de ninguna manera.  Si alguien arguye que Allah -ensalzado sea- ha dicho: «¿Qué hay más allá de la Verdad, sino el extravío?» (10:33), y entendiera que en éste entra el canto (giná), se le podría replicar: ¿Y dónde entra el solazarse en los jardines, el teñir de colores las ropas y todo lo que es cosa de recreo?

Dijo el Mensajero de Allah: Las obras se valoran según las intenciones, y a cada hombre se le juzgará según la intención que haya tenido. Así pues, quien escucha el canto con la intención de usarlo para cometer un pecado es un pecador; esto se aplica también a otras acciones fuera del canto; mientras que quien escucha el canto para refrescar su alma y así ganar fuerzas para cumplir con su deber hacia Allah y hacer buenas obras, es un siervo de Allah bueno y obediente. Y aquel que escucha el canto sin intenciones de obediencia ni desobediencia está haciendo algo neutro e inofensivo, que es similar a ir al parque a pasear, pararse junto a una ventana y mirar el cielo, vestir ropas azules o verdes, etc. Abû Hanifa ha dicho: A quien roba una flauta o un laúd, se le corta la mano, y quien los rompe debe pagarlos. No se puede prohibir ni permitir nada sino con un texto de Allah -ensalzado sea- o de su Mensajero -sobre él sea la paz-, porque está informado por Allah -ensalzado sea-, y no es lícito aportar información procedente de Él -ensalzado sea- sino con un texto sobre el que no exista ninguna duda, pues el Mensajero de Allah ha dicho: «Aquél que mienta sobre mí, intencionadamente, tiene preparado su asiento en el infierno».

***

Dijo Abû Bakr ‘Abd al-Báqi ibn Burriyál al-Hiÿári -Allah esté satisfecho de él-: Cierto principal personaje me contó lo siguiente: Tomé el ejemplar que contiene las tradiciones aducidas sobre el vituperio del canto (al-giná) y la prohibición de vender las cantoras (al-muganniyât); y lo que sobre ellas dice Abû Muhammad ibn Hazm -Allah esté satisfecho de él-, y lo llevé al imâm y al-faquí Abû ‘Umar ibn ‘Abd al-Barr, y se lo confié durante unos días rogándole que lo revisara detenidamente; el ejemplar quedó en su poder unos días, al cabo de los cuales volví a él y le dije: ¿Qué hiciste con el ejemplar? - Y contestó: «Lo he examinado, y no veo que haya en él cosa que añadir ni quitar».

Wa min Allahu Tawfiq.

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Ibn Hazm de Córdoba (m. 1064) es una figura de primer orden, a la vez típica y singular, del Islam andalusí bajo los últimos Omeyas, a quienes su familia y él mismo estaban vinculados, y durante el confuso y fecundo período de los Reyes de Taifas, cuya fragmentación política no fue en detrimento del desarrollo cultural de al-Andalus.

Autor juvenil de una obra sobre el amor profano, este autor prolífico, fogoso y apasionado, que se ocupó de moral y de historia, ha dejado sobre todo su huella en el campo del pensamiento y de las ciencias del Islam.

Erudito competente, aunque parcial; crítico enterado de ciertos temas, pero a menudo injusto; polemista de pluma acerba; discutidor de dialéctica temible para sus coetáneos, este personaje con carácter de una pieza ha representado casi solo, dentro de la escuela málikí, la escuela zâhirí o « literalista », fundada en Oriente unos dos siglos antes y condenada a desaparecer no mucho después de este brillante respiro.


Como para Ibn Hazm la verdad es una, el verdadero saber ha de ser también uno, aunque sus métodos difieran, según se refiera a la naturaleza (tabâ'i`) o a la ley (sharâ'i'), ya que en el primer caso bastan la experiencia y la razón, mientras que en el segundo caso todo queda incluido en los nusûs o «textos formales» (Corán y Hadiz), cuyo único complemento válido es el «consensus» (iÿmâ`) de los primeros musulmanes. Desde luego, la Naturaleza es fija y definitiva, en tanto que la Ley ha sufrido, hasta la desaparición del Profeta, cierto número de abrogaciones. Pero, igual en un caso que en otro, el objeto del conocimiento es ya para siempre un todo acabado: «La verdad es que no hay nada en la parte del mundo perceptible por la razón que escape a la razón (`aql), y que no hay nada en la Ley islámica que escape a la transmisión (sam')». Lo mismo en el dogma o en el derecho que en las ciencias no hay más que lo verdadero o lo falso, aunque no siempre lo captemos con seguridad, como ocurre con el testimonio o con las tradiciones por una sola vía. El hombre, el creyente, es el que debe esforzarse por conseguir una información lo más completa posible. La comprensión inteligente y directa de la documentación islámica tradicional, que es clara (wâdih, bayyin) cuando se la toma en su sentido obvio (zâhir), no debería en modo alguno prestarse a interpretaciones divergentes, y, como además está prevista para su uso en el presente y en todo el futuro de los hombres, no necesita en absoluto de ampliaciones o extrapolaciones. Por consiguiente, hay que rechazar los razonamientos exegéticos, cuyos resultados nunca podrían aportar la certeza. Por consiguiente también, hay que aceptar una lógica necesariamente válida, que no haga decir a los textos más de lo que formalmente dicen.

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