martes, 29 de agosto de 2017

Comunicación: el Medio como Sujeto


(Extraído del libro "Contra los ídolos posmodernos" de Pierangelo Sequeri)

Hoy en día se puede comunicar virtualmente, a nivel planetario, incluso sin saber nada. E incluso sin tener nada que decir. La comunicación mediática avanzada es funcional al interés del medio, ha de confirmar su ventaja de intermediario. El medio controla la entrada y la salida del mensaje. Incluso la crítica del sistema, si es suficientemente espectacular y acepta las reglas, es metabolizada en el interior de este objetivo supremo. La libertad de expresión es negociable, pero el guion de la negociación está rígidamente vinculado por reglas precisas de selección y tratamiento.

            El medio tiene un interés creciente en no dejarnos nunca solos: si tuviese que reducirse a simple instrumento de nuestra comunicación, como aparato que la facilita y la extiende, la potencia, el medio estaría en nuestro poder. Y la comunicación dependería sustancialmente de nosotros. La esfera mediática no sería un ensamblaje paralelo del mundo: es más, no existiría una esfera mediática. El interés del medio se reduciría a (casi) nada. El interés del medio, con el pretexto de su astuto disimulo (cultivar una razón de fin y presentarse racionalmente como medio), ha desarrollado enormemente su soberanía sobre los contenidos: de mediador a agente con derecho de mediación; de agente a propietario, y de propietario a productor y vendedor en persona de la comunicación. Este desarrollo lo ha proyectado con fuerza de la condición de instrumento regulado al rango de sujeto regulador. Como tal, se ha apropiado de la idealidad de la comunicación: no solo enseña su gramática y define su sintaxis, sino que se apodera de los valores simbólicos de referencia para todo el dominio de la comunicación humana. Incorpora así los valores de verdad realmente compartibles (desde el proverbial «lo ha dicho la televisión» hasta el consabido «la televisión es el reflejo de nuestra sociedad») y una especie de ética exhibicionista de la transparencia obligada y de la confirmación pública: cuanto más enseñas, menos hipócrita y mucho más fiable eres. Ciertamente, hoy ya estamos todos de vuelta, sabemos que no existe una única verdad, y que la televisión no es más que ficción (argumento sospechoso, precisamente, porque no sabes cómo interpretarlo: o exagera demasiado, o también es ficción). En cualquier caso, todo sigue desarrollándose como si el medio ejerciese una cierta coacción a la virtud de la sinceridad: rápida, inmediata, esencial, efectiva. Si no te expones a la comunicación, no tienes el valor de tus ideas, o tienes algo que esconder. En la realidad humana existe también la dignidad de la discreción, del respeto al otro, de la protección del malentendido, de las condiciones necesarias para compartir lo que es importante, íntimo, profundo, complejo. Gracias al interés comercial del medio de masas (si no lo transforma todo en material de una puesta en escena que se puede vender está muerto), esta diferencia se ha atenuado profundamente a favor de la comunicación: hay que comunicar siempre, como sea y donde sea. Y se puede comunicar así cualquier cosa: porque el medio es dúctil, consigue adaptarse a cualquier contenido. La comunicación ya no es simplemente aparecer: se aproxima mucho al fenómeno del ser, a la prueba de la existencia en vida. Si no eres comunicación, prácticamente no eres nada. Y si no eres nada, quiere decir que has fallado en la comunicación. No adquieres prestigio, no resultas fiable. (Y no vendes nada.) Estamos siempre conectados, interactivos, sin silencios, sin reflexividad, sin fermentaciones que mejoren el vino.

            La nueva comunicación interactiva —la de los juegos y de la red— ha supuesto indudablemente un avance respecto a la pasividad y a la unidireccionalidad de la comunicación mediática tradicional (diarios, radio, televisión, que por otra parte han evolucionado al máximo dentro de este nuevo nivel de feedback). Desgraciadamente, también la organización unidireccional del medio ha evolucionado, y se ha hecho muy sofisticada e invisible. Y también mucho más hábil en la manipulación.

            El chat, el blog, el network estimulan la comunicación con una curiosa mezcla de espontaneidad y de coerción. Es el triunfo de la simulación total, y sin embargo provoca una percepción de inmediatez. La conexión y el contacto valen mucho más que la comunicación y la relación, justamente simulando su potenciación. Nos separan totalmente del hábitat de nuestro cuerpo-mundo, nos gratifican con la ubicuidad y la agregación ilimitadas. Sin embargo, crean sensación de complicidad y de afinidad, que repentinamente presionan para pasar al mundo real, de la intimidad o de la masa: donde luego no sabemos muy bien qué hacer. Esta incursión se retrae y se vacía tan imprevistamente como había llegado: con la correspondiente crisis de abstinencia y el resurgimiento de la pulsión (el exceso de goce virtual crea dependencia real). La sístole y la diástole de realización y des-realización pueden durar todo el año solar: el programa social-comunitario del Yo está saturado. Aparentemente, es el triunfo del diálogo y de la relación. La comunicación se vuelve informal (en todos los sentidos) y directa. La libertad de expresión es máxima, pero todo ha de ser compartido. Es el modelo de la «comuna», fracasado muy pronto en la realidad, que halla el modo de realizarse y de durar como «acto de compartir» la amistad en la dimensión virtual. De la comunidad al grupo, del grupo a la agregación. Más abajo solo está el ensamblaje. La brevedad y la fragmentación, la frase hecha y el eslogan, la actuación emocional y la competición por el protagonismo son los modos a través de los cuales la comunicación real absorbe también poco a poco las cualidades, por así decir, de la comunicación mediática. Participar completamente «en el juego» y «desnudarse» del todo ya no son metáforas de la implicación, son un espectáculo real del exhibicionismo, que es válido como refuerzo simbólico de la autenticidad sin hipocresía, de la franqueza sin fingimientos. Infotainment, talk show, reality.

            La estructura narrativa y performativa del lenguaje se ve indudablemente potenciada por ello. Pero su predisposición a la formación del pensamiento y a la prueba de la realidad resulta desestabilizada en la misma proporción. La experiencia reflexiva del hombre y la confirmación de las relaciones humanas no funcionan así. No pueden ser incluidas en esta dimensión de la comunicación, ni alimentadas por esta inmediatez del contacto. En ella más bien se quedan en suspenso y se pierden temporalmente. ¿Dónde está exactamente el paso al ídolo?

            «Tienen ojos, pero no ven.» Hay que actualizar toda la crítica del ídolo antiguo. El ídolo posmoderno tiene ojos por todas partes y lo ve todo. Es el panoptikon de un universo concentracionario, del que gestiona el archivo y también la agenda programática; la memoria y los sucesos que hay que crear. Uno se siente eufóricamente libre, pero allí dentro (mientras está dentro): trata de permanecer allí el máximo posible, como en el éxtasis místico. Sin embargo, el universo tiene sus jerarquías, que disimula y distribuye prudentemente. Puede decidir elegir «rey por un día» a un imbécil desconocido de cualquier rincón del mundo que ha cubierto de pintura a su compañero discapacitado (y el bombardeo inmediato de mensajes «posteados» en los blogs recoge imparcialmente la euforia de los que están a favor y la indignación de los que están en contra, para mayor alegría y vitalidad del medio). La desnudez excitante ya no es metáfora de lo verdadero que atrae: es justamente su realidad literal. Confundir el hecho de desnudarse con la verdad, por influencia de la antigua expresión (la verdad desnuda), es el aspecto vencedor de esta ambivalencia. Pero el verdadero problema es la transformación del poder de desvelamiento obligado en ética de la comunicación libre y sin hipocresías. Hasta los mejores muerden el anzuelo.

            Todos estamos virtualmente expuestos al juicio de este Minos, eternamente empeñado en «etiquetar» nuestra imagen cada vez más conforme. Nos encontramos en realidad como en aquellas pinturas que representan las almas desnudas frente al juicio divino. El sistema es tan sofisticado que te hace comunicar incluso aquello que realmente no querrías.

            «No existen hechos, existen solamente interpretaciones», forzó Nietzsche su crítica a la verdad como mentira. La aparición de la nueva «subjetividad» del medio, en el sistema mediático, se legitima precisamente tratando las opiniones como informaciones, y las informaciones como hechos. El más indefenso, frente a esta khora de todos los contrarios y de todos los posibles, es precisamente el crítico clásico, el agnóstico ilustrado, el actor social racional que espera tomar la mejor decisión a partir del control y de la comparación de las alternativas. El dispositivo «instrumental» de la información y de la comunicación, de la confrontación y de la interacción, es un sistema cibernético de la deregulation que aprende: va absorbiendo la figura de res cogitans colectiva y los aspectos del sujeto mediador que hay que tutelar en beneficio de la libertad expresiva de todos nosotros. Su interés es el nuestro: nos pone en relación, permite nuestro reconocimiento, potencia nuestros modestos recursos expresivos. Es el antiguo ideal del lugar invisible del conocimiento total y del reconocimiento discriminatorio; la interiorización del fundamento noético sobre el que todavía en el siglo XVIII los filósofos discutían con toda seriedad: «conocerse y conocer las cosas en Dios», como ideal de verdad inmanente en el desvelamiento total. La ingenua y terrible identificación de la comprensión del misterio con la pura violación del secreto.

            El paso de la comunicación mediática del dominio de la razón instrumental (cuyas ventajas están fuera de toda discusión) a la contrafigura divina de una especie de demiurgo relacional despótico es, justamente, el paso al ídolo. El interés comercial y económico que ha incorporado explica muchas cosas. Pero no aún la «divinización», que se produce por la catexis ideal del Yo narcisista que se proyecta en esa comunicación: ser el espejo reflectante de todo, reflejándose a sí mismo. Ser como el «dios» en el que se ven todas las cosas, con la facultad de dominar sobre ellas sin ser visto. Delirio de la comunicación total, que la anula totalmente.

            El tótem mediático, gracias a la simulación cibernética de un medio tecnológico inteligente en sí mismo, refleja por su cuenta la divina manía de omnipotencia a la que ha estado sometida la idealidad autorreferencial del sujeto moderno: tener el control mental (y virtualmente práctico) de todo, para estar realmente libre de todo. Disimulando totalmente la construcción despótica del aparecer detrás de la inmediatez revelada del reflejo. El tabú comunicacional («el desnudo es bello», genuino, simple, auténtico) genera individuos juiciosamente agnósticos, más allá del bien y del mal: puesto que gran parte de su seducción se realiza a través de la coquetería de la declaración abierta del tótem mediático de ser tan solo un medio que refleja la realidad contradictoria en la que vivimos, nos movemos y somos («Esto no es una pipa», como en el célebre título del cuadro de Magritte). Al principio pareció que el sistema era como una terminal tonta: lo que metes, la terminal lo registra y lo hace circular. Es verdad, ciertamente. Pero ahora tenemos que enfrentarnos a un salto cualitativo (por así decir) imprevisto: ahora, lo que la terminal registra y hace circular tú tienes que meterlo. En caso contrario, te ignora olímpicamente y te anula.

            El problema no es tanto la vulgarización de la comunicación de masas, que tiene sus razonables exigencias de simplificación y de distribución general. La cuestión es la confiscación total del ser en la comunicación: con el vaciado de todas las cualidades de la comunicación distintas de la exhibición visual y de la saturación acústica. El problema es la desvalorización de las formas diferentes y de sus tiempos-espacios, el sometimiento total a la inmediatez obligada. Enormes volúmenes del pensamiento, de la reflexión, del afecto, de la conversación y de la proximidad son inevitablemente eliminados. Y todo lo humano que solo puede formarse a distancia de la inmediatez comunicativa deja de formarse.


miércoles, 23 de agosto de 2017

Estar con nuestro Señor


Bismillahi Rahmani Rahim

Nuestro Señor dice: “Yo te recuerdo. Tú debes recordarme”.

Nosotros no conocemos a Allah-swt-. ¿Cómo vamos a darle una descripción a nuestro Señor? Así que al menos recordar Sus nombres nos acercará a Él y un día alcanzaremos esa estación en que entenderemos a nuestro Señor.

Hoy en día, quienes no son cercanos a Allah están pretendiendo conocer a su Señor. Ellos no lo conocen. Los únicos que conocen a Allah-swt- son los cercanos a Allah.

¿Quién es el Creador? No es algo que sea fácil de conocer. Aún no somos capaces de descubrir lo que hay en nuestro interior o en este mundo. Y este mundo es solamente un punto en esta galaxia. Y esta galaxia es solamente un punto entre infinitas galaxias. Así es que cuanto mayor sea el entendimiento que alcancemos, mejores siervos nos haremos de nuestro Señor, insha'Allah ar-Rahman. Por eso es que ahora hacemos todo a un costado mientras hacemos Zikr.

Es como cuando dejas a todos a un lado, a tu gente amada y a lo demás, y marchas a trabajar para ganar dinero. Eso es para ti, para ti mismo. Lo dejas todo para irte de viaje. Eso es para ti, para tu ego.

La gente de este siglo 21 puede alcanzar la cima de la tecnología, lujosos estilos de vida, automóviles lujosos, mansiones lujosas, esto y aquello; pero encontramos que muy pocos tienen paz en sus corazones y todos están preocupados. El rico está preocupado, el pobre está preocupado, los oficiales están preocupados, los presidentes están preocupados, y todos están preocupados. Están temblando. Sus propios temores los han tomado y ahora no tienen paz en ningún lado.

Los creyentes se han vuelto así y los incrédulos se han vuelto así. Sin paz. La paz solamente puede llegar al corazón del hombre a través de su Señor. Esa es la única manera de obtener paz.

Recordar a Allah es recordar Sus Santos Nombres y elogiar a Su bendito Profeta (asws). Alhamdulillahi Rabbil 'alamin. Y el bendito Profeta (asws) nos dice: “Mi Nación, su fe envejece como la ropa que ustedes visten. Ellas se desgastan, se rompen y desaparecen. Cuando pasa eso, consiguen ropa nueva y la renuevan. Su fe es así. Envejece y lentamente pueden perderla. Por lo tanto, siempre renueven su fe”. Renovar la fe es decir: ‘Ash hadu an la ilaha illa Allah, wa ash hadu anna Muhammadan abduhu wa rasuluhu’.

Estamos haciendo todo a un lado para estar con nuestro Señor. Eso es por Allah. Luego, todo lo que estés ganando te dará bendiciones y Rahmat en este mundo y en el próximo.


-Hz Sahibul Sayf Sheykh Abdul Kerim Effendi (qs)

martes, 22 de agosto de 2017

Clarificando el Yihad


Bismillahi Rahmani Rahim

Yihad significa, literalmente, hacer todo lo posible para lograr algo. No equivale a la guerra, cuyo término coránico y árabe es la palabra qital. Yihad tampoco significa Guerra Santa. De hecho, ese término fue acuñado durante las cruzadas y significaba guerra contra los musulmanes. La Guerra Santa no tiene equivalente alguno en el Islam y yihad, sin duda, no es su traducción. Aunque el concepto de guerra se halla contenido dentro de la palabra yihad, el significado de su raíz es llevar a cabo el máximo esfuerzo para lograr algo.

El vocablo yihad posee una connotación más amplia e incluye todo tipo de esfuerzo por la causa de Allah. Los muyahids (aquellos que llevan a cabo el yihad) se consagran sinceramente a la causa del Islam, utilizan al máximo su intelecto y espíritu en su servicio, despliegan toda la fuerza que son capaces de emplear para defender el Islam contra las agresiones y, cuando es necesario, no dudan en poner en riesgo sus propias vidas por el Islam. Todo esto es yihad. Yihad por la causa de Allah es el esfuerzo que una persona lleva a cabo para ganarse la complacencia de Allah y hacer que Su palabra también sea superior a las demás.

Existen dos aspectos del yihad. Uno es la lucha contra las supersticiones y las falsas convenciones y también contra los apetitos del ego y las inclinaciones malvadas, buscando, por consiguiente, la iluminación tanto intelectual como espiritual. Este es denominado yihad mayor. El otro aspecto, basado en animar a los demás a buscar y lograr el mismo objetivo es denominado yihad menor.

El yihad menor, que generalmente viene a significar lucha por la causa de Allah, no se refiere únicamente a la forma de lucha que se lleva a cabo en los campos de batalla. El término es mucho más amplio. Incluye toda acción, desde denunciar la injusticia cuando sea necesario (por ejemplo, desafiando una tiranía) hasta presentarse en el campo de batalla, siempre y cuando dicho esfuerzo se haga única y exclusivamente por amor a Allah. Hablar, quedarse en silencio, sonreír, fruncir el ceño, unirse a una reunión o abandonarla, toda acción llevada a cabo para mejorar la humanidad, ya sea llevada a cabo por individuos o comunidades, también se incluye en el yihad menor.

Mientras que el yihad menor depende de la movilización de elementos externos o materiales y es ejecutado en el mundo exterior, el yihad mayor es una lucha interior contra las inclinaciones del ego; no pudiéndose separar ambas formas de yihad. Sólo aquellos que son sinceros en la lucha contra sus inclinaciones egoístas pueden iniciar y sostener un yihad menor correctamente, el cual a su vez ayuda en el éxito del yihad mayor.

El profeta Muhammad (asws) combinaba estos dos aspectos del yihad del modo más perfecto en su persona. Hizo gala de una valentía colosal en la comunicación del Mensaje de Allah, y era el más devoto en la adoración del Mismo. Estaba consumido por el amor y el temor de Allah en su oración, y aquellos que le veían sentían una gran ternura hacia él. Muy frecuentemente ayunaba día por medio o en días sucesivos. A veces pasaba la noche entera rezando, hasta tal punto que sus pies se inflamaban como resultado de permanecer durante largos períodos de pie en oración. Como es relatado por Bujari, A'isha, pensando que su persistencia en la oración era excesiva, le preguntó la razón por la cual se dejaba llevar hasta la extenuación de esa manera al rezar, en vista de que todas sus faltas ya habían sido perdonadas. El respondió: "¿Acaso no voy a ser un siervo agradecido de Dios?".

Según lo explicado anteriormente, esforzarse por la causa de Allah conlleva, además de transmitir el Mensaje a los demás, la lucha del creyente contra sus inclinaciones egoístas con el fin de erigir un carácter espiritual genuino que rezuma fe y ardor en el amor a Allah. La lucha del creyente por la causa de Allah en esas dos dimensiones continúa hasta su muerte a nivel individual y hasta el Día del Juicio Final a nivel colectivo.

El Islam no ha venido a provocar la disensión en la humanidad, sino que ha aparecido para establecer la satisfacción espiritual en los mundos internos de los seres humanos y hacerles estar en paz con Allah, entre sí, con la naturaleza y con la existencia como un todo en su conjunto. Surgió para erradicar la injusticia y la corrupción sobre la tierra y "unir" la Tierra con el Cielo en paz y armonía. El Islam efectúa un llamamiento a la fe dirigido a la gente con sabiduría y una exhortación justa, y no recurre a la fuerza hasta que aquellos que desean mantener el orden corrupto que han construido sobre la injusticia, la opresión el interés propio, la explotación de los demás y la usurpación de los derechos, ofrecen resistencia con fuerza y determinación para que el Islam sea difundido.


(Extraído de El Sagrado Corán y Su Interpretación Comentada por Ali Ünal, Sura 2 ayat 218, y adaptado por Raíces y Sabiduría)

lunes, 21 de agosto de 2017

Barcelona, culpables y responsables: más allá del terrorismo

Autor: Marcos Roitman Rosenmann

No hay que extrañarse: la Unión Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus ciudades. El resto es tirar balones fuera

A las 12 horas de este viernes 18 de agosto, España entró en catarsis. En todos los ayuntamientos del Estado se convocó a actos de repulsa contra los atentados terroristas que sacudieron Barcelona y Cambrils. Dos furgonetas conducidas por jóvenes, cuyas edades fluctúan entre 17 y 30 años, embestían a viandantes con un intervalo de horas. En Barcelona, 14 víctimas mortales y más de 100 heridos; en Cambrils, los cinco terroristas resultaron abatidos a manos de la policía autónoma. El modus operandi ha sido calco de los ocurridos en Londres y París. Mientras se hacía el silencio, en Barcelona, de manera espontánea, los asistentes entonaron la frase: ¡No tengo miedo! Una manera de crear confianza, de recuperar el pulso de lo rutinario, comenzar el luto y honrar a las víctimas. Lamentablemente nada parece indicar que el miedo ha desaparecido. Conscientes, tal vez, de la gravedad de la situación, su declamación responde a una necesidad de contrarrestar lo inevitable.

Estos atentados han venido para quedarse. Su origen espurio se encuentra en las acciones de las llamadas tropas aliadas de Occidente, encabezadas por EEUU, invadiendo países como Afganistán, Irak, Libia, fomentando guerras en Siria y desestabilizando gobiernos considerados enemigos. ¿Qué otro sentido tienen las palabras de Mariano Rajoy señalando que combatirán siempre a quienes deseen destruir nuestra forma de vida y nuestros valores? O mejor aún, cuando señala con rotundidad que el problema es global y que la batalla contra el terrorismo está ganada. En otras palabras, Occidente se considera dueño del mundo y EEUU se proclama defensor de los valores que, dice, les pertenecen por derecho propio. Hasta el mismísimo Donald Trump, quien no tiene empacho a la hora de proteger a sus amigos del KKK y, de paso, promover intervenciones militares a diestra y siniestra, muestra su pesar y condena los atentados en Barcelona.

La espiral del miedo y el terrorismo yihadista ha calado hasta los huesos. No importa que las medidas implementadas por los aparatos de seguridad y los gobiernos publiciten la normalidad. A pesar de los controles, la colaboración de las comunidades musulmanas, la vigilancia en los puntos calientes y el apoyo de gobiernos amigos, es poco probable que estos atentados dejen de producirse. El origen es la causa del problema, y mientras se oculte será imposible que desaparezca en el corto y mediano plazos.

Sabemos quiénes son los culpables, aquellos que cometen el delito, pero los responsables residen en la Casa Blanca, el Pentágono, el 10 de Downing Street, el Palacio del Elíseo, [La Moncloa] o la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Bruselas, por citar algunas. No hay que extrañarse: la Unión Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus ciudades. El resto es tirar balones fuera.

Nada hace pensar que la realidad pueda revertirse. El llamado Estado Islámico (Isis) se asentó, expandió y tiene sus fundamentos en las invasiones de Irak y Libia, países destruidos y desarticulados como estados, reducidos a reinos de taifas, donde el control político por las tropas del Isis han posibilitado la toma de ciudades, proclamando el Estado Islámico. Sin olvidarnos de la guerra en Siria, recreada desde los centros de poder en Washington. Estas agresiones no han pasado desapercibidas a los ojos de la comunidad musulmana y los pueblos árabes. Los ataques a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fueron la culminación. Bajo la declaración de guerra contra el terrorismo islámico se confundió, manipuló y presentó a una cultura milenaria y una religión, la musulmana, como la causante de todos los males en el mundo. La declaración de guerra contra el terrorismo islámico, por la administración de George W. Bush, fue el error que nos sitúa en Barcelona.

Para muchos jóvenes, hijos y nietos de musulmanes arraigados en Francia, Bélgica, Alemania o España, las políticas fomentadas o amparadas por los gobiernos, criminalizando el islam y sus seguidores, son la fuente del conflicto. La falta de oportunidades, el desempleo, la marginalidad y la sobrexplotación coadyuvan a crear ese malestar contra la sociedad de consumo, identificada con la decadencia de la moral occidental y el capitalismo.

El Isis se apoya en tales condicionantes para sumar adeptos y mártires a sus filas. Una llamada para miles de jóvenes musulmanes que rechazan la dominación militar y deciden luchar contra el invasor. Lo desgarrador es la identificación del objetivo con la necesidad de causar el mayor dolor, desgarrando y poniendo en tela de juicio los propios valores de la vida. El enemigo no tiene sexo ni edad, y carece de humanidad. Barcelona debe hacernos reflexionar y evitar declaraciones pomposas y propagandísticas que hablan del triunfo de Occidente. La guerra no es religiosa, sino geopolítica, por el control de las materias primas y la dominación imperialista.


Fuente: La Jornada. Extractado por lahaine.org

jueves, 17 de agosto de 2017

La persecución del Islam en el mundo

Desde principios del siglo XXI numerosos grupos musulmanes han sufrido sangrientas persecuciones a lo largo del planeta, por causas que oscilan entre lo étnico y lo religioso, pero con motivaciones económicas de fondo. Al margen de sus valores intrínsecos como religión, el islam tiene asignado un determinado papel en la situación política internacional. La demonización del islam y la llamada “guerra contra el terrorismo” son componentes de la globalización corporativa y el Nuevo Orden Mundial, una nueva forma de colonialismo y de expansionismo occidental, con el objetivo de apoderarse de los recursos energéticos. La Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial son los brazos seculares de dicho expansionismo.

A principios del siglo XXI los musulmanes son perseguidos a lo largo del planeta, en muchos casos tan sólo por tratar de vivir libremente según sus leyes y creencias. Esta persecución va desde la represión más violenta hasta simples discriminaciones, y varía según las circunstancias y los intereses geoestratégicos de cada zona. Sería arduo referirse a todos los conflictos donde los musulmanes luchan por sus derechos, a veces en situaciones de gran precariedad material, frente a ejércitos profesionales armados por las potencias de occidente. Esto hizo decir a Samuel Huntington en su Choque de civilizaciones que “las fronteras del islam están teñidas de sangre”. El analista del Departamento de Estado Norteamericano se refiere a los conflictos de Cachemira, Bosnia, Chechenia o Mindanao. Según él, estos conflictos muestran el carácter violento del islam, a pesar de que en todos estos casos los musulmanes son los agredidos. Los musulmanes de Bosnia sufrieron una invasión militar y fueron sometidos a una política de limpieza étnica por parte de Serbia. Matanzas y campos de exterminio donde eran recluidos cientos de hombres y mujeres por el simple hecho de ser musulmanes/as, donde los hombres eran torturados insistentemente y las mujeres violadas en masa y maltratadas con toda impunidad. Una vez más, se culpa a la víctima por la barbarie de los agresores (y en todos estos casos, se trata de países de mayoría cristiana).


Chechenia

Una situación trágica que continúa es la de Chechenia. Para comprender la inmensa tragedia de este pueblo hay que remontarse al 1944:

El 23 de febrero de 1944, Stalin ordenó la deportación de toda la población chechena e ingush a Asia Central. Más de la mitad de las 500.000 personas que fueron trasladadas a la fuerza murieron en el camino o en las masacres cometidas por las tropas soviéticas. Los chechenos fueron esparcidos en grandes colonias penales, situadas en lugares remotos de las actuales Kazajistán, Uzbekistán y Kirguizistán. En los años siguientes miles murieron de neumonía y hambre. En 1956, Nikita Kruschev reconoció los errores cometidos con los chechenos y se inició el retorno. Los chechenos a menudo se llevaron con ellos los huesos de sus seres queridos para enterrarlos en sus ancestrales cementerios. Pero sus vidas realmente nunca volvieron a ser lo que eran. Muchos de los antiguos Auls de la montaña estaban en ruinas y no estaban habitables, lo que obligó a la mayoría de los chechenos vivir en las llanuras, y a alterar irrevocablemente sus costumbres. Además, la pérdida masiva de vidas entre los ancianos rompió una rica tradición oral mantenida durante siglos, causando un grave daño a la cultura chechena.

En 2004, sesenta años después, el Parlamento Europeo aprobó una moción que reconocía esta catástrofe como un genocidio, declarando el 23 de febrero como Día Mundial de Chechenia. Y sin embargo, la tragedia continúa. Tras la desmembración de la Unión Soviética, los chechenos proclamaron su independencia de Moscú, un sueño que no se ha hecho realidad. Rusia invadió Chechenia, a causa de su importancia estratégica en el plan para los grandes gaseoductos del Asia Central. Durante el conflicto armado, se calcula que murieron unos 250.000 chechenos, una cuarta parte de la población. Entre ellos, 42.000 niños en edad escolar, menores de 11 años. También aquí se trata de demonizar la resistencia de los chechenos a su destrucción, olvidando su historia de sufrimientos y sus derechos como pueblo, y presentando sin contextualizar acciones terroristas deleznables, pero que no llegan ni a la ínfima parte de lo que los chechenos han sufrido como pueblo.


Mindanao

La situación de los musulmanes en Mindanao es una vez más una herencia de la colonización. La incorporación de Mindanao a Filipinas es un hecho artificial, que se deriva de la derrota de los españoles, quienes cedieron la isla a los EEUU. Los primeros contactos del islam con Mindanao se produjeron en una época tan temprana como el siglo X, a través de comerciantes musulmanes. Pero no será hasta el siglo XIV cuando se inicia un proceso de islamización, que dio paso a la creación de los sultanatos locales de Sulu y de Maguindanao. Se habla, una vez más, de un “islam sincrético” con tradiciones locales (ritos de paso y celebraciones propias), apegado a la tierra y alejado de modelos rigoristas. La islamización se vio frenada por la ocupación española (1565-1898), con un proyecto de evangelización agresiva y de persecución de las creencias musulmanas que duró varios siglos, en los cuales la población musulmana (llamados moros) fue reduciéndose drásticamente, a causa tanto de las muertes como de las emigraciones. Mindanao nunca fue totalmente ocupada por los españoles, quienes a pesar de ello la cedieron a los norteamericanos en el Tratado de París. La denuncia de este proceso está en la base de la demanda de independencia para Mindanao, una isla que fue autónoma hasta la unificación forzosa realizada por los colonizadores. Como resultado de la dominación norteamericana (a partir de 1896), se fomentaron las conversiones al cristianismo y se creó una clase dirigente cristiana, desplazando a los Moros a la marginalidad. La resistencia islámica a estas dominaciones los convirtió en enemigos del Estado creado por los colonizadores.

El Estado filipino independiente fomentó la colonización masiva de Mindanao por parte de las tribus del norte, leales al régimen, especialmente tras la segunda guerra mundial. Se hicieron concesiones de tierra y se ofrecieron amplias ventajas a los colonos, como un instrumento de ocupación y de erosión de la resistencia al dominio filipino, dando paso al conflicto actual por la disputa de la tierra. Los descendientes de estos colonos constituyen hoy la población mayoritaria de Mindanao. A la cuestión territorial y religiosa se une la existencia de diferentes tribus, con su idiosincrasia y su lenguaje. Desde los años 70 del siglo pasado existe una creciente conciencia de la islamicidad como hecho diferencial, frente al control por parte del ejército (ley marcial de 1972). Diferentes guerrillas musulmanas lucharon por la auto-determinación del Bangsmoro o Nación Musulmana en Mindanao. El año 1996 se firmó un acuerdo de paz que todavía está en proceso de ser completado. El Frente Moro Islámico de Liberación y el Frente Moro de Liberación Nacional trabajan por el reconocimiento de los derechos históricos y de la cultura de los Moros y de los Lumadnon (tribus nativas no musulmanas), convertidas hoy en “culturas minoritarias”. Actualmente, se calcula que tan solo el 5% de los filipinos son musulmanes, unos 4 millones de personas. La mitad de ellos viven en la llamada Región Autónoma del Mindanao Musulmán, creada tras un referéndum en la única región del archipiélago donde los musulmanes son la población mayoritaria, hasta el 90%. Los musulmanes de Mindanao tienen su propia historia, sus lenguas, sus tradiciones y referencias culturales, y luchan por su preservación.


Tailandia

Existen otros países —como China, Tailandia o Birmania—, donde se viven situaciones de persecución abierta del islam y falta de reconocimiento de los derechos de los musulmanes. Muchos de estos conflictos son el resultado de las fronteras arbitrarias legadas por la colonización, y de las dificultades de encajar una zona étnica, cultural y religiosamente muy diversa en un modelo de Estado-nación de tipo occidental.

En Pattani, al sur de Tailandia, se ha tratado durante años de imponer el budismo (un budismo concebido como religión de Estado, no el enseñado por el profeta Buda, que la paz y las bendiciones de Allâh sean sobre él) por la fuerza. Los enfrentamientos entre grupos separatistas y el ejército tailandés han sido constantes desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Durante años, se prohibió todo signo externo que pudiese pasar por islámico, como llevar barba, el uso de turbantes o el hiyab. Se prohibieron las escuelas coránicas y los dialectos propios (de origen malayo), en los cuales está escrita la literatura de los musulmanes de Pattani. A pesar de siglos de dominio militar e imposición cultural tailandesa, los habitantes de Pattani permanecen fieles a sus tradiciones. Al igual que sucede con el budismo tailandés, estas aparecen muy imbricadas con prácticas animistas. En los años ochenta se calcula que había más de 2000 mezquitas en las 38 provincias tailandesas, la inmensa mayoría de ellas en el sur. Los musulmanes tailandeses son mayoritariamente de etnias malayas, pero también proceden de Pakistán, China, Camboya, en el norte. Fue en mayo del 2004, cuando murieron más de cien jóvenes musulmanes que protestaban por la represión de sus creencias. Los jóvenes, en su mayoría adolescentes, se refugiaron en la histórica mezquita de Krue Se, construida en el siglo XVI, que fue tiroteada por el ejército de ocupación con fuego de ametralladoras y mortero. Según la “prensa libre”, se trataba de fundamentalistas islámicos que habían asaltado un arsenal de armas. Sin embargo, tal y como narró el corresponsal de The Angeles Times, entre las víctimas de la masacre (la mayoría adolescentes) no se encontraron más que machetes y pistolas.


India

La situación de los musulmanes es trágica en muchas zonas de la India. En este gigantesco país se calcula que viven 150 millones de musulmanes, entre ellos decenas de millones de niños no contabilizados por el censo. Superan el 15% de la totalidad de la población, y la inmensa mayoría se ha quedado en la cuneta del despegue económico que experimentó el país en el último lustro. Si el atraso es palpable en el campo, en las ciudades la marginación de los musulmanes se hace más lacerante. Viven amontonados entre montañas de basura de barrios semiderruidos o nunca acabados de construir, sin apenas servicios públicos.

Al dividirse India y Pakistán, el porcentaje de musulmanes que quedó bajo control de Nueva Delhi apenas llegaba al 12% de la población, pero ahora se acerca al 15%. En el distrito de Rampur (40 % de población musulmana), la media de las familias es de cinco hijos. Los niños suelen ir a la escuela hasta los 9 o 10 años, cuando muchos la abandonan para trabajar. Las niñas a esa edad hace ya tiempo que se dedican a cuidar a sus hermanos menores, mientras la madre trabaja en el campo. Pocas son las que acuden a la escuela. El analfabetismo entre musulmanes dobla al de los hindúes, y en zonas rurales supera el 60%.

Hablamos de la construcción de los Estados-nación modernos. Este problema es especialmente dramático en países del llamado tercer mundo, donde no existían hasta la colonización unas estructuras de Estado centrales a través de las cuales construir esa “nación homogénea y gobernable”. En esta tesitura, el Partido fundamentalista hindú BNJ representa un intento de cohesión social bajo la bandera de la religión, una de las más peligrosas en un contexto tradicionalmente abierto, plural, abigarrado. Este intento de homogenización lo sufren especialmente los musulmanes. La construcción de la historia nacional los excluye. Se habla del islam como de una religión extranjera, presente en el subcontinente asiático a raíz de feroces invasiones. El hinduismo es presentado como la religión autóctona, lo propio de los indios. Los musulmanes son, por tanto, unos renegados. Este tipo de planteamientos están presentes en muchos otros países del mundo. En España, sin ir más lejos, se ha tratado de construir una historia nacional en oposición al islam, tratando de inculcar a generaciones la absurda idea de que los musulmanes españoles entre los siglos VII y XVI eran todos árabes y extranjeros.

En los últimos años, la violencia contra los musulmanes ha estallado con una crueldad a veces increíble. Turbas de fundamentalistas hindús asesinando a hombres, mujeres y niños, en pogromos perfectamente calculados desde las instancias del poder. Un caso extremo fue la matanza de Gujarat. El año 2001, fueron asesinados más de dos mil musulmanes, y ciento cincuenta mil musulmanes tuvieron que huir, abandonando sus hogares, sus tierras ancestrales. El escritor indio Arundhati Roy definió lo sucedido del siguiente modo:

“El pasado marzo [del 2001], en la India, en Gujarat, turbas hinduistas de la derecha asesinaron a dos mil musulmanes en una orgía de violencia, haciendo gala de una destreza espeluznante. Tras violar de forma multitudinaria a las mujeres, las quemaron vivas. Arrasaron tumbas y altares musulmanes. Más de ciento cincuenta mil musulmanes han tenido que abandonar sus hogares. La base económica de la comunidad fue destruida. Informes de testigos y de comisiones investigadoras acusaron al gobierno estatal y a la policía de colusión con los actos de violencia. Yo estuve presente en una reunión donde un grupo de víctimas clamaba: Por favor, ¡sálvenos de la policía! Es todo lo que pedimos…”


Cachemira

Dentro de la India, Cachemira es una de las regiones más ricas del mundo, donde se encuentran grandes yacimientos de oro, esmeraldas y rubíes, localizada en una zona montañosa entre el Himalaya y la cordillera de Pin Panjal. El conflicto se inició en 1947, cuando el marajá de Cachemira, Hari Singh, un gobernante hindú apoyado por los británicos en un Estado con un 90% de población musulmana, decidió arbitrariamente la incorporación de su territorio a la India, para impedir el triunfo de los movimientos populares a favor de la anexión a Pakistán. Desde entonces, tanto Pakistán como la ONU han exigido en varias ocasiones un referéndum sobre el estatuto de Cachemira, nunca celebrado. La negativa India fue el detonante de una primera guerra, entre 1947 y 1948. En 1965 hubo una segunda secuencia de fuertes enfrentamientos. En 1971 se produjo la guerra que llevó a la independencia de Bangladesh. Tras casi tres décadas de frecuentes escaramuzas comenzó la escalada nuclear. Pero no se trata tan solo de un asunto entre Estados por apoderarse de una rica tierra: al margen de los partidos indio y pakistaní, en Cachemira se ha desarrollado un fuerte movimiento separatista autóctono. Los grupos de liberación que operan en Cachemira se dividen en dos grandes tendencias: la favorable a la independencia de Cachemira y a la unificación de las zonas que están actualmente en poder de la India y de Pakistán, y la que busca una unión a Pakistán de la Cachemira India. El problema no puede tener otra solución satisfactoria que una consulta democrática sobre la autodeterminación.

La situación de violencia continua se ceba sobre los civiles. Según Human Rights Watch (HRW), en las zonas de Cachemira controladas por la India, se producen habituales violaciones a los derechos humanos, tanto por parte de los rebeldes que luchan por la independencia, como por parte de las fuerzas de seguridad indias y sus grupos paramilitares. Las acusaciones son concretas, e incluyen casos documentados de ejecuciones sumarias, violaciones, tortura y desapariciones. El 90 % de la población de Cachemira, de 4 millones de habitantes, es musulmana. Para controlarles, se ha establecido un contingente permanente de 700.000 soldados indios. Entre 1990 y 1999, fueron asesinados en “operaciones de limpieza” 65.000 cachemires, incluyendo mujeres y niños. Una media de 20 personas mueren diariamente y los hospitales y las escuelas están siendo bombardeados.

A principios de los años 90, la persecución de musulmanes se recrudeció; el gobierno indio emprendió una brutal política de “hinduización” de Cachemira, acompañada de una represión despiadada contra la población: cierre de los centros de educación islámicos, encarcelamientos masivos, incendio de viviendas, prohibición de los medios de comunicación de orientación musulmana, etc. En Octubre de 1993, en Srinagar, capital de Cachemira, se realizó una operación terrorista a gran escala para eliminar a supuestos activistas musulmanes radicales. Durante la celebración del Namaz (plegaria de los Viernes), se puso cerco a todos los que estaban reunidos en la mezquita de Hazrabtal, ya que las autoridades consideraban esta mezquita como cuartel general de los extremistas musulmanes. El asedio se mantuvo durante un mes y como resultado del mismo, alrededor de 100 personas fueron asesinadas y otras 300 fueron enviadas a prisión sin ningún cargo. Al clima de violencia generalizada contribuye el discurso oficial de las autoridades indias. El Ministro Farooq Abdullah declaró públicamente que las áreas en las que existe presencia islamista deben ser “saneadas”. Para que no queden dudas, el 15 de enero del año 2003 explicó que se debe matar a los islamistas “ya que no hay espacio suficiente en las cárceles”.


Palestina

El caso de Palestina es uno de los casos más flagrantes de genocidio en marcha en estos momentos en el mundo. Asistimos a la colonización, subordinación y guetización de los habitantes de un país, con la intención de desplazarlos y ocupar su territorio. La ideología en la cual se apoya esta política es conocida: una forma extrema de nacionalismo que combina lo racial con lo religioso: el sionismo. El conflicto palestino-israelí es político antes que religioso. Tiene que ver con la pervivencia del colonialismo y con políticas de Estado. Para comprender la naturaleza de Israel, varios modelos similares pueden mencionarse: la España inquisitorial, la colonización americana y el exterminio de los indios, el apartheid sudáfricano, además del caso de la Alemania nazi, tantas veces evocado para describir la situación de Palestina. La principal diferencia es que el caso de la limpieza étnica en Palestina está teniendo lugar en el siglo XXI, a los ojos del mundo entero, en la era de las telecomunicaciones, y en un período en el cual ya casi nadie evoca el derecho de los occidentales a colonizar (y mucho menos a exterminar) a los salvajes. Todo lo contrario: en un tiempo histórico en el cual a los mismos políticos que permiten el genocidio se les llena la boca con el discurso de los derechos humanos, la democracia, la libertad, la modernidad occidental, como panaceas universales que deben ser impuestas. Es más: para realizar el genocidio cuenta con el apoyo incondicional de los EEUU, que se manifiesta tanto a nivel político (bloqueo de resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU) como en ayuda económica, que según un informe del Congressional Research Service ha alcanzado en la década 2000-2010 la increíble cifra de 28,9 billones de dólares, utilizados por Israel para reforzar su poderío militar. Y cuenta con el apoyo masivo de los medios de comunicación y de centenares de mercenarios de la pluma, que se hacen pasar por analistas políticos y justifican abiertamente los crímenes más abominables ante las opiniones públicas occidentales.

Aunque el inicio de la colonización se dio bajo el amparo del mandato británico, el inicio de la limpieza étnica en Palestina puede fecharse en el año 1948, el año de la Nakba (catástrofe). Tras la independencia, y ante la resistencia de los palestinos, Israel mató a 13.000 palestinos y forzó el éxodo de otros 750.000 de sus ciudades y de sus pueblos. Cerca de 400 pueblos palestinos fueron arrasados. La ONU adoptó la Resolución 194 donde pide a Israel que permita el retorno de los refugiados. Seis décadas después, Israel sigue ignorando la resolución. Los expatriados se han convertido ya en cuatro millones. El segundo gran momento de expansión fue el año 1967, durante la guerra de los Seis Días, con la ocupación israelí del resto de la Palestina histórica (Cisjordania, Gaza, Jerusalén-Este), el Sinaí egipcio y el Golán sirio. La Resolución 242 de Naciones Unidas exigió la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados. Israel ha ignorado la resolución, con la implantación de un sistema de control militar cada vez más violento en los territorios ocupados. Desde entonces, la ONU ha ido condenando a Israel, resolución tras resolución, sin que esto afectase en lo más mínimo al desarrollo de sus planes. La política israelí ha sido la de colonizar las tierras palestinas mediante asentamientos ilegales ferozmente armados, con licencia para matar, sitiando a los legítimos habitantes en guetos, destruyendo sus casas para crear asentamientos de colonos y ahogándolos día tras día para forzar su exilio. Cualquier atisbo de resistencia es calificado como “terrorismo” y es aprovechado para realizar castigos colectivos sobre la población civil.

Israel es un Estado no-democrático sino etno-crático, regido por leyes étnicas que otorgan precedencia a los judíos en todos los ámbitos, un Estado racista creado al amparo del colonialismo. Los dirigentes israelíes están llevando a cabo su plan de genocidio de forma sistemática desde su fundación, con total impunidad. Las atrocidades cometidas por Israel en los últimos 60 años sobrepasan lo imaginable. El objetivo último del Estado israelí es expulsar al pueblo palestino de su tierra y construir el Gran Israel, una utopía política fascista. De hecho, los propios líderes israelíes no han ocultado su proyecto: “Tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar” (David Ben Gurión); “La partición de Palestina no es justa. Nunca la aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él y para siempre” (Menahem Beguin); “No existe nada que se pueda considerar un Estado palestino. Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país” (Golda Meir); “No puede haber sionismo, colonización ni Estado judío sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras” (Ariel Sharon a la Agencia France Press, el 15 de noviembre de 1998); “He creído siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra” (Ehud Olmert, ante al Congreso de Estados Unidos el 30 de junio de 2006).

Las últimas matanzas perpetradas por Israel se fechan en los años 2006 (bombardeo del Líbano) y en el 2009 (bombardeo del gueto de Gaza). Las autoridades israelíes hablan de “guerra contra Hezbollah” y “guerra contra Hamas”, pero en realidad no hay ninguna guerra, sino la continuación de una política iniciada mucho antes de que Hamas o Hezbollah existieran. Hamas y Hezbollah son calificados como grupos terroristas, tan solo por oponerse al genocidio de sus pueblos. La resistencia armada ha sido convertida por Israel en la única opción posible, de forma perfectamente calculada. Lo que quiere Israel es que haya atentados y una resistencia que se llame a si misma “islámica”, aprovechándose de la islamofobia dominante en occidente para justificar ante la opinión pública occidental (especialmente en los EEUU) la continuación del genocidio. Estos planes son básicamente los mismos desde antes de la existencia de Hamas y Hezbollah. Esta es la lógica del opresor: oprímeles hasta lo insoportable, mata a unos cuantos niños para que otros padres y madres lleguen a la conclusión de que es mejor marcharse o se decanten por la lucha armada, de forma que se pueda seguir matando impunemente, con la excusa del “derecho de Israel a defenderse”. Y mientras, se continúa con la repoblación de territorios con colonos étnicamente puros, lo cual implica traer extranjeros judíos de todo el mundo para ocupar las tierras de los palestinos desplazados.

Toda la política de Israel desde su fundación ha girado entre dos posibilidades: o la expulsión en masa de los palestinos o su concentración en guetos, reservas tribales. Y ha ido moviéndose de un polo al otro según las ocasiones, según los vaivenes de la política internacional. En los intermedios, como táctica de distracción, se emprenden “negociaciones de paz”, como un modo de dar tiempo a la política de hechos consumados. Pero Israel nunca ha querido la paz, ya que la guerra le ofrece el único marco posible para ejecutar sus planes. Cuando se habla de “negociaciones de paz”, se pasa por alto la naturaleza de Israel: se trata de un Estado étnico-religioso en el cual los no-judíos no tienen los mismos derechos que el resto, y son sujetos a todo tipo de arbitrariedades.

A pesar de que existen otros conflictos incluso más graves (Congo o Birmania, por ejemplo), la causa palestina está en el centro de la política internacional. Ha generado una simpatía en todo el mundo, incluidos judíos partidarios de los derechos humanos, que consideran como una infamia la manipulación que el Estado de Israel hace de su tradición milenaria, y que han dejado claro que Israel no es solo la antítesis del judaísmo, sino su peor enemigo actualmente. El Estado de Israel es una afrenta a todos los judíos perseguidos a lo largo de la historia, una afrenta a sus tradiciones y a sus sabios, a sus gentes y a su legado milenario. La causa palestina es hoy considerada en los cinco continentes como la causa de la humanidad, de los derechos humanos, de la supervivencia del hombre en tanto criatura solidaria, de todos aquellos que siguen pensando que los seres humanos pueden reunirse en torno a valores compartidos, más allá de la religión o de la raza, y fundar comunidades respetuosas con la diferencia. Todos somos palestinos.


Birmania

Tal vez el caso más trágico que padecen los musulmanes en el mundo actual sea el de Birmania (o Myanmar). El islam está presente en Birmania desde el siglo IX, a causa de la llegada de mercaderes, marinos y otros viajeros, venidos especialmente del subcontinente indio, pero también de Persia y de Anatolia. A lo largo de los siglos se han ido mezclando con las poblaciones locales, creando una cultura específica, claramente diferenciada de otras poblaciones musulmanas de Asia. A consecuencia del terror inherente a la colonización británica se produjeron desplazamientos masivos de población desde la India a algunas zonas de Birmania, donde los musulmanes son mayoritarios.

Desde el golpe de Estado de 1988 la situación de los derechos de estos colectivos es crítica. Organizaciones internacionales denuncian la práctica habitual de asesinatos extrajudiciales, la tortura, las re-locaciones forzadas de poblaciones enteras, la confiscación de tierras, la destrucción de viviendas, los trabajos forzados, el tráfico de seres humanos y la persecución de toda oposición a la Junta Militar gobernante. Las comunidades musulmanas y cristianas han sufrido todos estos abusos, además de otros específicamente anti-religiosos, debidas a que el Estado considera la etnia birmana y la religión budista como elementos vertebradores de la identidad nacional. Una vez más nos situamos ante una manipulación de la religión, utilizada como signo de una identidad nacional refractaria al pluralismo.

Musulmanes y cristianos se enfrenten a graves dificultades a la hora de practicar su religión. La adscripción religiosa de los ciudadanos figura en la carta oficial de identidad, que éstos están obligados a llevar permanentemente. La literatura racista y difamatoria contra el cristianismo y el islam es distribuida ampliamente. La presencia de musulmanes es presentada reiteradamente como una amenaza para la supremacía del budismo y de la raza birmana. En los últimos años han sido documentados casos de asesinatos de líderes religiosos, confiscación de escuelas coránicas y destrucción de templos. Estos crímenes son tolerados e incluso realizados por el propio Ejército. Existe una fuerte censura y restricciones a la edición o entrada en el país de literatura religiosa no budista, hasta el punto de que está prohibida la traducción de la Biblia a las lenguas locales. Resulta muy difícil conseguir permisos para realizar la peregrinación a Meca.

Existen zonas donde se prohíbe la construcción de mezquitas, e incluso se deniega el permiso a reparar las mezquitas existentes. En algunas zonas, los musulmanes son forzados a pagar impuestos especiales, que son destinados a la construcción de pagodas budistas. En ocasiones, éstas son levantadas mediante el trabajo forzado de los propios musulmanes, al lado de las mezquitas en estado ruinoso, y eso en poblaciones sin apenas presencia de población budista. Desde 1983 algunos pueblos han sido declarados como “zonas libres de musulmanes”, y en otros se ha prohibido la ubicación de nuevos residentes musulmanes.

Al margen de la política del Estado, se repiten los pogromos anti-musulmanes. El año 1997 monjes budistas asaltaron una mezquita, armados con palos, y realizaron destrozos de consideración. El 2001 en Taungoo, cerca de 20 musulmanes que rezaban en la mezquita de Ha Tha fueron asesinados. La mezquita fue demolida a petición de monjes budistas locales, en retaliación por la destrucción de los Budas de Bamiyan, en el Afganistán de los talibanes. En casos como este, los musulmanes denuncian la pasividad del ejército, que solo aparece tras dos o tres días de violencia.

La situación se agrava en los distritos de Shan y de Arakan, donde viven importantes poblaciones musulmanas. Los musulmanes de etnia Rohingya, en el distrito de Arakan, no comparten los dos elementos principales de la ideología del Estado: la religión budista y la etnia birmana. El Estado les niega la ciudadanía, lo cual implica restricciones a la libertad de movimiento, la prohibición de realizar determinadas actividades económicas, y la denegación del acceso a servicios públicos básicos, incluidos sanitarios y educativos. El ejército ha realizado confiscaciones masivas de tierras, quemas de pueblos, destrucción de mezquitas, re-locaciones forzadas de poblaciones y violaciones sistemáticas. Existen sectores de la población sometidos a trabajos forzados en granjas del Estado, bajo la custodia del Ejército. Estas prácticas han provocado el éxodo de miles de personas, 250.000 de los cuales malviven en campos de refugiados en la frontera con Bangla Desh, mientras unos 110.000 lo hacen en la frontera con Tailandia. La inmensa mayoría de estos refugiados son musulmanes.


Musulmanes contra musulmanes

Hay que mencionar las persecuciones sufridas por musulmanes/as en países de mayoría musulmana, tales como Sudán, Marruecos, Uzbekistán o Turquía.

Uzbekistán es un caso típico de Estado con mayoría de población musulmana donde el islam es cruentamente perseguido. Por supuesto, no se puede encarcelar a todos los musulmanes en un país con el 80 % de población musulmana, pero la represión hacia todas las manifestaciones islámicas que se consideran fuera del “islam oficial” es rigurosa. Existen leyes que establecen horarios estrictos para la asistencia a las mezquitas, y que prohíben cualquier reunión de carácter islámico “fuera de programa”. La descripción de la represión realizada por Steve Crawshaw, director en Londres de Human Rigths Watch, es muy gráfica:

“La policía en Uzbekistán lleva a cabo descargas eléctricas, palizas y violaciones con el fin de lograr ‘confesiones’ de los detenidos. Los miembros de los servicios de seguridad asfixian a los detenidos con bolsas de plástico, les hacen respirar cloro y les cuelgan de sus muñecas o tobillos en las celdas. El pasado año, unos médicos extranjeros descubrieron que el cuerpo de un preso, que había muerto en custodia, había sido sumergido en agua hirviendo. Sus manos no tenían uñas. Éste es el estilo del régimen de Karimov”.

Esta brutal represión tiene lugar con la complacencia del gobierno de EEUU y otros países occidentales, que han estado ayudando económicamente al régimen, reforzando su ejército en nombre de la “lucha contra el terrorismo”. El régimen recibió 500 millones de dólares de ayudas económicas el año 2003. En un documento dado a conocer en mayo del 2004, el Departamento de Estado de EEUU señalaba que Uzbekistán estaba haciendo “sustanciales y continuados progresos” en lo referente a los estándares sobre derechos humanos y la democracia.

Tal vez el caso más extremo de represión y violencia del islam ejercida por otros (supuestos) musulmanes se está viviendo en Sudán, en la región de Darfur. Las milicias árabes llamados janjaweed irrumpen en las aldeas incendiando casas y matando a todos aquellos que se les oponen. En un informe elaborado por Human Rights Watch se documenta la destrucción de mezquitas, el asesinado de imames y líderes religiosos y la profanación de ejemplares del generoso Corán (aunque resulta difícil de creer, se cagan sobre ellos). En una escuela, los janjaweed violaron a 41 alumnas delante de sus padres. Se habla de ejecuciones sumarias, incendios de pueblos y de aldeas, de la hégira forzada de cientos de miles de personas ante la connivencia del ejército.


Islamofobia

Dentro de la creciente persecución del islam en el mundo hay que situar el auge de la islamofobia, la demonización del islam y el acoso en el que viven las comunidades musulmanas en occidente, en el marco de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Sucesivos informes de la ONU, la UE y la OSCE vienen alertando sobre el auge de la islamofobia en occidente.

No podemos obviar que la islamofobia ocupa un lugar destacado en la política contemporánea. No se trata tan sólo del rechazo irracional de un sector de la población, sino de una fobia social inducida desde determinados centros de poder para justificar la suspensión del habeas corpus y el mayor control de los individuos por parte del Estado. La demonización de los musulmanes es parte fundamental de la geopolítica energética de Occidente, y se sitúa entre los mecanismos económicos y políticos que caracterizan el Nuevo Orden Mundial. Existe además una conexión entre la islamofobia y la ocupación israelí de Palestina, actuando la demonización del islam como ideología legitimadora de la colonización y la represión sin límites de la resistencia palestina. Se trata de la ideología marco mediante la cual se genera consentimiento respecto a actuaciones militares (a nivel global) y policiales (a nivel local) que en una situación normal no serían aceptadas.

Esta dimensión ideológica goza hoy en día de gran aceptación en círculos académicos y políticos, y se sitúa en consonancia con las políticas neoliberales de la globalización corporativa. La dimensión ideológica de la islamofobia la vincula con el orientalismo y con el antisemitismo clásico europeo. La islamofobia es un fenómeno con una larga historia, pudiéndose trazar una continuidad desde la Edad Media hasta nuestros días. La demonización del Islam como una religión opuesta a los valores de la cristiandad occidental fue forjada en un momento en el cual los diferentes países (en el contexto de la emergencia del Estado-nación) se configuraban en relación con una religión determinada. Es en algunos sectores del mundo académico y universitario donde se forjan y se mantienen en pie algunos de los mitos más divulgados sobre el Islam.

La aceptación e incluso respetabilidad de la islamofobia en amplios sectores del mundo intelectual y académico occidental resulta significativa, y la diferencia de otras formas de rechazo hacia otros colectivos. Es inimaginable hoy en día encontrar discursos racistas contra negros, judíos o gitanos entre la intelectualidad europea, y sin embargo se constata que numerosos intelectuales aceptan de forma acrítica todos los estereotipos característicos del discurso islamófobo.

Todo ello conduce a las crecientes dificultades que los musulmanes tienen a la hora de practicar su religión (abrir mezquitas, ser enterrados según sus ritos, acceso a la alimentación halal, enseñar su religión, etc.), así como a los cada vez más numerosos casos de ataques a mezquitas, profanación de cementerios y violencia física contra individuos. La islamofobia justifica ante la opinión pública la ausencia de derechos de los musulmanes y los miles de encarcelados sin cargos presos en cárceles de los EEUU, de Francia, de España, de Inglaterra… En todos estos países se reproduce la farsa de las detenciones arbitrarias de supuestas células terroristas, mediante la cual se trata de mostrar a la opinión pública la eficacia de los servicios de seguridad, dar ‘realidad’ a la amenaza terrorista y justificar políticas securitarias frente a las políticas sociales.


Guerra contra el terrorismo

En paralelo al crecimiento de la islamofobia se sitúa la construcción del “terrorismo islámico”, como instrumento del imperio. No nos detendremos en este tema, pues es suficientemente conocido. Bajo el paraguas mediático de la “guerra contra el terrorismo” se esconden intereses financieros y de geo-estrategia internacional. Más allá de si atentados como el 11-S son obra de “yihadistas musulmanes” o de auto-atentados, no cabe duda de que sirven a los intereses de las grandes multinacionales de occidente. Por un lado, justifican intervenciones militares y apoyo a dictaduras, que garantizan el control de las economías y del petróleo y el gas natural de los países musulmanes. Y por otro, sirve para deslegitimar a movimientos de resistencia, como los de Palestina, Chechenia, Cachemira o Mindanao.

En estos y otros casos, los musulmanes sufren la ocupación violenta y la tiranía, y su lucha está plenamente legitimada por los convenios internacionales, incluida la propia Carta de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. Se trata de movimientos de liberación idénticos a los movimientos anti-colonialistas del siglo XX. Piden elecciones libres, un referéndum controlado por observadores internacionales que decida su futuro. Sin embargo, la paranoia global sobre el peligro del islam y su carácter expansionista sirve para demonizar estos movimientos. En todas partes donde existe un movimiento legítimo de liberación que choca contra los intereses de las multinacionales, aparece necesariamente el terrorismo, para justificar lo injustificable. La creación de estos grupos y la proliferación de acciones criminales contra la población civil constituyen la excusa perfecta para aplastarlos. Son calificados como “grupos terroristas”, para justificar el envío de tropas y apoyo financiero a regímenes corruptos. Se pretende cortar con la solidaridad tradicional de los musulmanes con los oprimidos. Al mismo tiempo, ofrece la excusa perfecta para aumentar el control policial sobre la población civil, llevando a cabo recortes en los derechos civiles de los ciudadanos. Estos son los que siempre pierden: quienes sufren la violencia terrorista a raíz de la cual se les recortan sus derechos. Para combatir el sentido igualitario del islam, se trata de crear “Estados-nación islámicos” que impongan el “islam moderado” (y muy reaccionario) que interesa a las multinacionales de occidente. Todo ello responde a una lógica perversa, la de los Estados totalitarios que se amparan indistintamente (e incluso alternativamente) en el islam o en los derechos humanos y la democracia, siempre como cobertura de los intereses de las grandes multinacionales.

La destrucción y colonización de Irak y Afganistán se sitúan dentro de esta lógica perversa. Como antaño se utilizaba el discurso de la evangelización de los infieles, hoy en día se apela a su democratización. Tal y como dijo Nietzsche sobre las Cruzadas, se trata tan solo de “piratería a gran escala”. No hemos cambiado tanto, al fin y al cabo.


Fuente: rebelion.org