jueves, 24 de abril de 2014

Santos Vega y el espíritu de la Tradición

El espíritu de la Tradición no ha muerto, sin embargo son los hombres quienes se han olvidado de él dando la espalda a todo aquello que debe conferir significado a su ser en la existencia.

Nos hemos cubierto de apegos fútiles que velan nuestro discernimiento y hemos encontrado placer en lo que nos reduce a entidades permeables frente a cualquier incidencia ambiental. El progreso material nos ha inculcado una falsa idea de bienestar y prosperidad que no nos permite descubrir la verdad en nosotros mismos.

Notable nos resulta el símbolo poético de la gesta de Santos Vega para ilustrar nuestra breve reflexión. El payador, arquetipo de nuestra tradición, es retado a un combate verbal que trasciende la mera forma del relato para convertirse en un destello de realidad: todo símbolo sugiere realidades al pensamiento, realidades que proponen un despertar del significado y son detonantes para el entendimiento de lo que se ignora o desconoce. Santos Vega, representante de lo tradicional, asociado a un modo de vida natural y original -referido a los orígenes del hombre-, es retado a duelo payador por Juan Sin Ropa, representante de las fuerzas infernales -es decir, antagónicas a la naturaleza del hombre- ocultas en el mentado progreso socio-industrial que se reduce al desarrollo meramente material valorizado por el movimiento capitalista. El resultado fatal de la payada concluye con el acabamiento de la libertad pampeana del gaucho para impulsar la emergencia de los ídolos modernos del congestionamiento citadino. En la ciudad se concentran los flujos de producción-consumo que solventan la energía vital del capitalismo voraz. Es prácticamente imposible permitir la supervivencia de modos vivenciales asociados a la frugalidad y a la austeridad, ya que son contrarios al progreso material que necesita del mercado constante (compra-venta) para su desarrollo efectivo. Por esto que no es para nada arbitraria la simbología aplicada en la leyenda de nuestro payador: Juan Sin Ropa, luego de haber vencido a Santos Vega, convertido en serpiente hace arder el ombú bajo el cual se gestó el combate dialectal. Bajo la sombra de ese ombú descansaba el payador al momento de la irrupción de su contrincante y la imagen brilla por sí misma: el sosiego del hombre bajo el amparo de un árbol, símbolo de su armonía con el entorno natural -la guitarra pende de una rama de ese mismo árbol, lo que acentúa aún más su significado. En el orden opuesto, el poeta compara al diablo con el movimiento incesante del trabajo que fecundará la inmigración masiva de apátridas gestados desde el mismo vientre del capitalismo y que se nutrirán de su alimento. Nuestro país ha resentido un notable retroceso (social, cultural, económico y político) debido justamente a esa ola foránea que nada supo del sentido de la tierra más que por el provecho material que de ella pudo extraer. El gaucho, hijo mismo de esa tierra, podría haber sido el único encargado de forjar respetuosamente una prosperidad positiva para sus vástagos. Sin embargo no se le permitió desarrollar sus potencialidades y se lo quitó del escenario de nuestra historia por los falaces gobiernos que siguieron a la caída de don Juan Manuel de Rosas luego de la trágica batalla de Caseros.

Afirmando la condición luciferina de Juan Sin Ropa, el poeta escribe: "Como en mágico espejismo/ al compás de ese concierto/ mil ciudades el desierto/ levantaba de sí mismo./ Y a la par que en el abismo/ una edad se desmorona/ al conjuro, en la ancha zona/ derramábase la Europa/ que sin duda Juan Sin Ropa/ era la ciencia en persona". El poeta no emite juicios de valor, sin embargo deja más que claro el rol simbólico de ambos personajes como representantes de modos vivenciales completamente antagónicos: Santos Vega la sencilla nobleza de nuestra tradición vernácula, su canto original; Juan Sin Ropa el diablo amparado tras las vestimentas del progreso material y la destrucción de la identidad tradicional de los pueblos. Concluye: "...pero un viejo y noble abuelo/ así el cuento terminó:/ -Y si cantando murió/ aquél que vivió cantando/ fue, decía suspirando,/ porque el diablo lo venció". Significativa también la apreciación del escritor argentino Leopoldo Marechal, quien en su monumental obra 'Adan Buenosayres', en un episodio donde siete personajes se encuentran con una aparición de Juan Sin Ropa, en diálogo hace decir a este último: “Nunca me ha encargado el Jefe un trabajito más fácil. Nos agarramos a estrofa limpia: Vega no lo hizo del todo mal; pero un diablo es mejor guitarrero: tiene más uña. -¿Y qué ganaba el Jefe con derrotar a un pobre gaucho? –le interrogó Adán Buenosayres. –No crean, el gaucho aquél tenía sus bemoles –aseguró Juan Sin Ropa-. Su falta de ambición, su desnudez terrestre, su guitarrita y su caballito amenazaban con establecer en estos pagos una nueva edad de la inocencia cuando el Jefe ya estaba en vísperas de un triunfo universal y las naciones calan de hinojos para besarle el upite.”

Como dijimos al comienzo, el espíritu de la Tradición no muere, ya que como todo espíritu es inmortal, eterno y universal. Nuestra tarea es redescubrirlo, revalorizarlo y volver a hacerlo vital en nosotros mismos. Justamente allí es donde Dios se manifiesta.


El Poema de Rafael Obligado puede leerse aquí: Santos Vega - Poema Completo

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